Pedro Sánchez ha tirado de banquillo para designar a dedo al candidato del PSOE a la Alcaldía de Madrid. En sentido real, porque no encontraba a ninguna primera figura en el partido dispuesta a ser arrollada por Carmena; y en el figurado, ya que ha desdeñado la política para echar mano del baloncesto, su deporte preferido. La clase política en general se ha ganado a pulso el descrédito, la desconfianza y el desprestigio con los que les castiga la ciudadanía. Por ello los gurús de los partidos apuestan cada vez más por figuras consagradas del deporte, la cultura, la comunicación, la universidad, y hasta de astronautas que den lustre y esplendor a sus listas y posibilidades de éxitos a sus siglas. Esta apuesta por la reputación antes que por el pedigrí político choca con el rechazo frontal y mayoritario de los militantes y el aparato del partido correspondiente, que invierten tiempo, anhelos e ilusiones en su quehacer diario para ver cómo, al final, aterriza desde las alturas un paracaidista. Sánchez apuesta por Pepu Hernández saltándose sus propias normas como una apuesta de dudoso futuro. Pero estos experimentos políticos rara vez tienen éxito y corren el riesgo cierto de que estos paracaidistas acaben estampándose contra el suelo.