he escrito ya columnas y editoriales del brexit como para aburrir a los lectores. En realidad, creo que hablamos del brexit como si fuera un asunto de vida o muerte cuando en realidad es un movimiento más en el tablero de la geopolítica económica. El brexit va y viene de Londres a Bruselas en un interminable bucle sin otro destino posible que la salida de Gran Bretaña -aunque veremos qué ocurre finalmente con Escocia e incluso con Irlanda del Norte- de la actual Unión Europea. Me queda la duda de si es realmente lo que tenían planificado de antemano para abandonar el barco europeo y poner rumbo hacia el Pacífico, donde ahora está el núcleo duro y nuevo del capitalismo mundial actual, o ha sido todo un fake absurdo. Como siempre he dicho que en política no creo en casualidades me inclino por lo primero. En todo caso, se trata de que de una vez se ponga fina a una salida que es ya inevitable. En realidad, Gran Bretaña nunca ha estado en la UE con una convicción absoluta, sino por intereses más financieros que sociales. Ya ni siquiera somos capaces de explicar qué se vota o decide en el Parlamento británico ni qué nuevas cláusulas se incluyen y se borran de los sucesivos borradores del brexit. De hecho, se habla de miles de millones, pero muy poco de las personas y menos aún de lo que se deja de nuevo en la gatera el proyecto europeo original. Tan solo deja un duro rastro de desazón y agobio. Desazón porque sólo ha puesto en evidencia de nuevo la profunda crisis de la Unión Europea, tanto en el ámbito económico como en el político. La UE ha sido incapaz de poner en marcha soluciones eficaces ante la crisis, apenas una sucesión de parches en los que los intereses burocráticos y políticos de los dirigentes y las demandas de las elites económicas y financieras han ido imponiendo sus intereses particulares a los intereses generales de unos ciudadanos europeos cada vez más excluidos de la toma de decisiones. El proyecto europeo original era otra cosa y va camino de desaparecer.