nunca me ha gustado ese tópico mediático que define cada jornada electoral como una fiesta de la democracia. Creo que es mucho más que eso. Es un ejercicio de democracia fundamental para defender precisamente la democracia. Las elecciones son solo una parte de la democracia. De hecho, si la democracia se encorseta únicamente en las citas electorales periódicas acaba devaluándose. El tiempo la hace plana, desencanta a los ciudadanos y abre la puerta a los adversarios de la democracia. Pero ayer domingo hubo dos elementos que ponen en valor a las urnas: la inquietud social ante el riesgo de la ola derechista y ultra que se extiende por el mundo elevó la movilización y, como consecuencia de ello, la incertidumbre del resultado final. Y ahora la incertidumbre sobre las consecuencias políticas de los resultados. Como resultado, un Estado con clara mayoría progresista y de izquierdas y plurinacional. Hoy más claro que ayer. En Navarra, el 28-A deja una segunda vuelta para el 26 de mayo con todas las opciones abiertas, pero con una clara ventaja de más de 100.000 votos para las fuerzas progresistas -los partidos del cambio y el PSN- ante el frente de derechas y Vox. De hecho, la apuesta de Esparza por una coalición con PP y Ciudadanos no solo no sumó siquiera el resultado de las tres fuerzas en 2016, sino que perdió miles de votos. Un fracaso de estrategia que únicamente ha servido para abrir la puerta a dos partidos antiforalistas a las instituciones y a la ultraderecha de Vox, que roza el 5% y podrá estar en mayo en el Parlamento. Lo contrario que el PSOE, el partido que más se ha beneficiado del votó útil contra las derechas, no sólo en Navarra sino en el conjunto del Estado, y finalmente se llevó dos escaños, uno más que antes. Unidas Podemos mantuvo solo uno de sus dos escaños y perdió miles de votos, principalmente hacia el PSOE, lastrado por los conflictos internos que han protagonizado durante la Legislatura. Y de nuevo, ni Geroa Bai ni EH Bildu, pese a mejorar sus resultados, lograron representación pese a ser la segunda y tercera fuerzas del Parlamento de Navarra. En el caso de EH Bildu, por apenas 408 votos. Entre ambos se dejaron casi 70.000 votos en las urnas sin representación. Es cierto que no se vota en Navarra de igual forma en unas elecciones generales que en unos comicios forales y municipales, pero la falta de acuerdo para presentar una lista independiente apoyada por ambas siglas ha pasado factura a ese espacio social. Al igual que a la lista al Senado de Cambio-Aldaketa, que de nuevo, como ya ocurriera en diciembre de 2015, ha pagado la mala planificación de los cuatro partidos del cambio que la han impulsado y, pese a sumar 30.000 más al Congreso que el frente de derechas y casi 40.000 que el PSN, finalmente se quedaron sin ningún senador. Es cierto que el PSN ha aglutinado el voto utilitarista ante el riesgo de un frente de derechas triunfador, pero estas elecciones tienen su propio componente anímico, distinto a las próximas de mayo, y por ello difícilmente pueden ser una foto fija de la política navarra. Pero en apenas un mes llegan los comicios forales y municipales de mayo. Y la partida de la política sigue en juego de nuevo camino de las urnas. Toca reflexionar.