Ya no son solo los informes de organismos internacionales ni las advertencias de alarma de miles de científicos. Ya son imágenes reales en vivo y en directo las que muestran las consecuencias del cambio climático. Estas misma semana una foto de un fiordo de Groenlandia con el agua cubriendo las capas de hielo, algo inusual en esta época del año, se ha convertido en un elemento de advertencia viral de que el calentamiento global del planeta está originando un retroceso ambiental sin precedentes, con pérdida de biodiversidad y de bosques a ritmo desconocido. Otra foto mostraba en Rusia a un oso polar rebuscando comida entre la basura humana a 1.500 kilómetros de su hábitat natural. Casi tres décadas de macrocumbres internacionales -Cancún, Kyoto, Copenhague, Johanesburgo, Durban, París...-, y de buenas palabras apenas han logrado avances en sólo 4 de los 90 objetivos diseñados hace más de 20 años. De hecho, Bruselas ha tenido que insistir y advertir una vez más esta semana a los 28 países miembros de la UE de la necesidad de mejorar sus planes climáticos antes las más que evidentes resistencias de los estados a asumir más responsabilidades efectivas pese a la evidencia de que el calentamiento es más rápido y más destructivo de lo previsto hace unos año. Ya son una realidad las consecuencias sociales, económicas, culturales y medioambientales del ascenso de las temperaturas globales en la Tierra, del incremento de la frecuencia de fenómenos climáticos extremos o del retroceso en la extensión de los glaciares. Ecosistemas como corales, polos, tundra, bosques boreales, selvas tropicales, glaciales o montes y las regiones mediterráneas se verán duramente afectados, así como los océanos y los recursos pesqueros. No hace falta alarmismo alguno, se puede ver en fotografías y documentales. Esta crisis medioambiental mundial puede ser devastadora para la Tierra, pero también para la civilización humana tal y como la conocemos. Pero seguimos haciendo oídos sordos.