El pasado día 20 fue el Día del Refugiado y escribí una columna para recordar una vez más el drama de esos 70 millones de personas que deambulan por el mundo de frontera en frontera intentando escapar de la guerra, la persecución, el hambre o la miseria o de todo ello a la vez. No ha pasado una semana y la portada de ayer miércoles de DIARIO DE NOTICIAS -y de decenas de periódicos por todo el planeta- mostraba otra imagen del alcance humano de ese drama, la foto de un padre, Óscar, y su hija Valeria, de casi dos años de edad, ahogados en el río Bravo, la frontera entre México y EEUU. Imposible no recordar aquella foto del niño Aylan ahogado en una playa europea en el intento de su familia por alcanzar un mundo mejor huyendo de la guerra en Siria y Turquía. O la de aquel otro niño que se llamaba Samuel, tenía seis años y huía de la violencia del Congo, que apareció ahogado en una playa de Barbate. Han pasado los años y desde entonces miles de niños y niñas han perecido en su búsqueda de una vida digna, ahogados en el mar o el río, desparecidos en los desiertos subsaharianos, en las fronteras y muros levantados contra la humanidad. Esas fronteras son duras y crueles y las políticas de las administraciones, tanto en la UE como en EEUU, son crueles e inhumanas. De nuevo, falsamente compungidos por la tragedia humana que se sucede cada día a las puertas de nuestras casas, un alud de denuncias y solidaridad bajo la sombra de ideas como democracia, derechos humanos o civilización que básicamente solo oculta una miserable falta de ética y humanismo mientras personas y familias enteras como nosotros se ahogan o desaparecen por miles. Ya no será tarde mañana, hoy es ya muy tarde. ¿Para qué sirven entonces los valores de la democracia?