nos cuesta vivir el presente, el hoy y el ahora, quizá por eso triunfa mindfulness, esas técnicas para tener plena conciencia de lo que haces y sientes en cada momento. Es curioso que en este mundo de la inmediatez, del todo para ya, cueste a veces soltar amarras y aventurarte a lo desconocido sin mirar atrás, sin más mochila que el deseo. Cambiar, en definitiva. Las personas tendemos a pensar demasiado en el futuro, a tratar de adivinar qué pasará, a guardar para mañana... y ocurre que, como en el cuento del martillo, de tanto pensar lo que puede pasar, y que probablemente nunca pase, acabamos relegando a un segundo plano lo que está ocurriendo, y de tanto pensar mal impedimos que lleguen cosas buenas. Es curioso esto de poder perderse el hoy calculando el mañana, sobre todo porque la vida es fugaz, imprevisible, rápida, única e irrepetible y hay que vivirla en plenitud. Nada sucede dos veces, aunque haya ciclos, aunque de tanto en cuando tengamos esa sensación de momento ya vivido. Así que, por que no dejar que el paréntesis del verano sea por fin la época de parar y sentir lo que realmente se está viviendo. Tiempo de cambio, de presente y de futuro, de nuevos horizontes. Tiempo, sin más, de atreverte a salir por la tarde sin chaqueta por si hace frío, cuando la temperatura supera los 30 grados, y sabes que ni la necesitas ni te la vas a poner.