el discurso político de las derechas tiene atrapada a Navarra en un bucle absurdo. Los asuntos que se debaten en las instituciones -Parlamento o ayuntamientos-, son siempre los mismos. Ahora otra vez los símbolos y el euskera. Son intentos de exagerar el miedo como única propuesta. Esa derecha cuenta con poderosos poderes fácticos para bailarle el agua cansinamente. Son los mismos cargos designados desde hace décadas para ello. Y cobran por eso básicamente. Por mantener a Navarra anclada en un lugar que no lleva a ningún sitio a la sociedad, pero del que no tienen intención alguna de salir. Se trata de imponer la agenda política casi siempre. Es la misma estrategia de todas las derechas en todo el Estado. Una trampa sin salida, en Navarra principalmente para tratar de mantener atado y bien atado al PSN. Como ejemplo, la tramitación de otra Ley de Símbolos. Es absurdo que el Gobierno de Chivite informe en contra de admitir a trámite una propuesta que únicamente persigue mantener ilegalizada de facto la ikurriña y alentar la confrontación política entre los navarros y el Grupo Socialista, uno de los que con sus 11 escaños apoya a ese mismo Gobierno, vote a favor con el frente de derechas. Es cierto que la sombra de la repetición electoral en el Estado ha podido pesar en esa decisión, pero también lo es que es un ejemplo de cómo sectores del PSN aún están sometidos a la capacidad de presión de Navarra Suma. Basta ver la reaparición estelar de personajes como Roberto Jiménez o Lizarbe -con UGT de pagadora de los servicios en la sombra-, que solo acumulan derrotas por goleada ante UPN, con el único objetivo de poner palos en la rueda a Chivite. Tienen una columna cualquier otro día, aunque me da mucha pereza. Una pequeña victoria -pírrica, pero victoria-, para Esparza. Navarra es una espacio político, cultural y lingüístico plural, pero esa pluralidad es una molestia inasumible para quienes quieren imponer su visión uniforme. Si el PSN sigue atrapado en ese bucle de la derecha y asume la agenda política que le impone, los desacuerdos en el seno del Gobierno pueden acabar derivando en crisis. Lo que no es de recibo en pleno siglo XXI es una política excluyente de una gran parte de la Navarra real de la que se alimenta constantemente la derecha navarra. Y no sólo se trata del eterno y falso debate de los símbolos. También está la normalización del euskera y su respeto oficial como lengua propia de Navarra ante los intentos de minorización. O la necesidad de consensuar una política fiscal que asegure la capacidad financiera y presupuestaria de Navarra en favor del conjunto de la sociedad por encima de las presiones de los lobbies ideológicos que tienen claro que la mejor política fiscal es simplemente ninguna. Barkos acertó en tratar de dotar a su Gobierno de una agenda propia alejada del ruido de la confrontación que anima la derecha y eso, pese al coste político y personal, le permitió sacar a la comunidad de desastre económico en que la dejó UPN. Chivite dijo que su Gobierno iba a avanzar con el interés colectivo como prioridad dejando de lado la táctica de la bronca identitaria constante de Navarra Suma por estas cuestiones. Es el único camino con luz al final. El otro es seguir manteniendo a la sociedad navarra anquilosada en un círculo sin final que solo lleva al desastre. Solo hay que recorrerlo. O volver al pasado marcha atrás.