hay dos formas de afrontar la Nochevieja: a lo loco o con un poquito de por favor. Uno, que ha conjugado al tuntún los dos formatos, recomienda humildemente un algo de contención. Es decir, que no falte el rojo en la vestimenta pero tampoco una reflexión previa, incluso visualizando a los invitados a la mesa cada uno con sus peculiaridades, para generar el clima necesario con el fin de que todo el mundo se sienta cómodo. Sobremanera pensando en la gente de edad, la más sensible al momento por el recuerdo de quienes les faltan o por concitar en torno suyo a la familia desperdigada. Lo principal es obviar según qué temas de conversación, la política por supuesto pero también las cuitas vivas, más si hay parné de por medio. También constituye una práctica de riesgo toda crítica a las viandas degustadas, aviso en especial para quienes llegan al convite sin haber movido un dedo. Para evitar salirse del tiesto, nada mejor que beber lo justo y, si el trinque se nos fue de las manos, reír y callar. El reparto adecuado de las sillas también tiene su aquel para no ubicar juntos a quienes se repelen -si no directamente se detestan-, un serio peligro fácilmente evitable salvo que los concernidos sigan siendo cónyuges. Como asimismo resulta oportuno no enredar con el mando a distancia: se deja fija La 1, tanto para las campanadas como para el karaoke posterior, y nos ahorramos el belén de poner a la Pedroche y que el cuñao de turno suelte la más grande y se líe parda. Dos consejos más, con su permiso. Primero, si un hijo se pone pelma, a la cama cuanto antes, para qué agriarse y amargar a los demás. Y, segundo, solo salir de farra con el plácet expreso de la pareja. Lo contrario sí que es empezar el año con mal pie.