En ocasiones, las coincidencias descorren cortinas hacia paisajes asombrosos. Seguramente, no son más que un inesperado cúmulo de anecdóticas casualidades, pero toman una dimensión inesperada, a veces fundamental, en el devenir vital de una persona o en la interpretación de un acontecimiento. El hecho simple, la casual coincidencia, por ejemplo, de cruzar una mirada con quien también ocupa su pequeño tiempo en leer un libro en otra mesa próxima ante un café apresurado que pone fin a una rápida comida en un restaurante de un centro comercial. O el reencuentro en una sala de cine -de esas cada vez más solitarias- con un viejo amigo perdido en el devenir del tiempo en esta pequeña vieja Iruña. Un escenario también casual para releer o revisionar, olvidadas ya las impulsivas ignorancias de la juventud, libros y películas de aquel otro tiempo, hoy ya un tanto lejano y absorbido por un sin fin de ejemplos patéticos de las consecuencias de la uniformidad cultural que impone una globalización derivada de la torpe arrogancia occidental. José Luis Cuerda y Terry Jones, cineastas y escritores, viejos ejemplos de una actividad creativa no domesticada y siempre crítica con el poder del sistema. Se han escrito suficientes perfiles y glosas de ambos y de su inmenso trabajo creativo. No puedo aportar nada más a todo ello. Solo que fallecieron uno tras otro contemplando un mundo que les disgustaba y al que denunciaron muchas veces desde la risa que provoca el humor. La risa siempre ha sido un elemento humano peligroso para el poder, sea cual sea. Se murieron muy lejos el uno del otro. Tan lejos como la simple coincidencia de dos extraños compartiendo un sentido humano de la disidencia. Disidentes, como decía en voz muy alta Cuerda, por decencia.