n mi caso, el miércoles a las 21.00 mantuve la tradición que he seguido cada Navidad y opté por no perder mi tiempo escuchando el discurso que el rey de turno, en este caso Felipe de Borbón, dirige de vez en cuando a sus súbditos. Entre otras cosas, porque me considero un ciudadano navarro libre, no súbdito de familia alguna. Y retomé, como hago cada año, el asunto al día siguiente. Primero procuro escuchar las tertulias radiofónicas y televisivas de Madrid y luego leo a los columnistas de la prensa de la misma Villa y Corte. Recibidas y almacenadas las consignas oficiales sobre lo que dijo, quiso decir -esta parte del análisis suele ser la mejor, nos lo aclaran por si no nos enteramos bien- y lo que no dijo, paso a visualizar el mensaje para comprobar que realidad hay entre lo interpretado por los medios y lo dicho por el rey. Y como cada año en Navidad, la misma conclusión: ninguna. El desfase es aún mayor si uno repasa las engoladas alabanzas de los principales cortesanos que pululan por Madrid o están destinados en las provincias del Reyno: un absurdo guirigay por el primer puesto del peloteo público. En realidad, el mensaje de Felipe de Borbón al amparo de la crisis sanitaria del coronavirus fue una escenificación penosa, mala imagen estética y de color, peor contenido de perogrulladas y palabras vacías, absurdo momento -tarde y mal- y de ninguna utilidad para la sociedad española en este momento de grave crisis. Otro ejemplo más de inoportunidad. Un error de sus asesores o de quien sea, pero Felipe acabó el solo a los pies de caballos vapuleado por el silencio estruendoso que dedicó en el discurso a los supuestos casos de corrupción que persiguen incansablemente desde hace años a su padre Juan Carlos, a su hermana Cristina y ahora también a él mismo. Tan estruendoso como la cacerolada que le dedicaron millones de ciudadanos en el Estado español y que en Navarra fue inmensa. A mí los amoríos y andanzas sexuales de Juan Carlos en su juventud o madurez me importan nada. Pero ahora la cuestión es judicial y penal y eso es otra cosa cuando afecta a un ex Jefe del Estado y según las informaciones publicadas y no desmentidas al actual también. El futuro de esta Monarquía ya no es solo una cuestión democrática y política, que por supuesto también lo es, sino que ya es una cuestión delictiva que afecta a una familia española que además ostenta la más alta representación del Estado. En ese tejado está la pelota de Felipe.