emos cumplido dos meses de estado de alarma, confinamiento, cierre de buena parte de la actividad económica y la vida social paralizada o medio paralizada y los datos siguen siendo poco alentadores. Cansancio es un valor al alza en el estado de ánimo individual y colectivo. Y en ese momento llega el primer estudio de seroprevalencia del covid-19 en la población, que indica un bajo porcentaje de población contagiada y un alto índice de mortalidad en proporción. Sólo un 5,8% de la población navarra ha padecido el coronavirus, un porcentaje muy inferior al que esperaban sanitarios y científicos. Es cierto que aún quedan otros dos informes para completar el estudio compuesto de tres fases, pero más allá de poner en valor la necesidad de unos servicios sanitarios públicos de calidad -Madrid y su surrealista situación política bajo el circo que lleva años protagonizando el PP son el paradigma de lo contrario-, los datos reflejan que tampoco la sociedad navarra está por ahora a salvo de la pandemia. El covid-19 sigue entre nosotros y sólo el confinamiento y su cumplimiento muy altamente mayoritario ha impedido el colapso total de Osasunbidea y una mortandad más alta. Esa realidad no lleva a engaño. Parece que la ansias por ir avanzando en la desescalada y recuperar la actividad social y económica -incluida una idílica planificación de las vacaciones que se acercan- va a ser un proceso más lento y peligroso de lo que nos gustaría y demandamos. Navarra está muy lejos de ese estado de inmunidad colectiva frente al covid-19. La amenaza de un nuevo rebrote del coronavirus es real. Es lo que hay. Y eso exige supongo sobre todo prudencia y responsabilidad cívica. Ya la está habiendo, pero nada indica que haya llegado siquiera el tiempo de la nueva normalidad, esa especie de paso intermedio hacia lo que ya se describe como un nuevo paradigma de vida, como otro cambio social en la Historia, que anhelamos con recelo porque no conocemos. La intranquilidad y los temores siguen dominando dos meses después de aquel brusco 14 de marzo de 2020 que irrumpió entre nosotros de la noche a la mañana paralizando la vida cotidiana habitual. Una vez más, correr no siempre significa llegar antes cuando lo importante es llegar. Quizá todo sea más lento y menos claro de lo que esperamos. Y habrá que aceptarlo. Subestimar el covid-19 es un riesgo que no podemos asumir a estas alturas.