n un verano normal, sin coronavirus o con la vacuna ya inoculada en todo el planeta o casi, ya habríamos consumido con verdadera fruición dos tercios de los Sanfermines. Es decir, estaríamos al copo de alcoholes diversos y de variadas viandas con la fritura omnipresente, tendríamos la cabeza algo abotargada y el cuerpo molido del todo. El coste de tomar las calles para hincharse de fiesta y llenar hasta los topes las reservas emocionales a base de los momenticos de siempre gozados como nunca con amistades de las buenas, aflorando en torrente los recuerdos mejores. El covid nos ha privado de ese chute sentimental de cada mitad de año, con la liberación de amores y tensiones que procura, y a los muy sanfermineros alguna factura les va a pasar. Cada cual canalizará como pueda y a su manera este mono de San Fermín de dimensiones tipo King Kong, también porque no se conocen terapias válidas para superar por ejemplo dos años sin encierros o sin el sonido jolgorioso de las gaitas bailadas por los gigantes. Pero una cosa es segura: la ropa blanca y roja que aguarda impoluta en armarios y trasteros inundará Pamplona el próximo 6 de julio con una profusión nunca vista. Guardemos ganas y fuerzas para que los Sanfermines de 2021 sean los mejores de nuestra vida. Y que no nos falte nadie.