onforme la vida se hace más complicada aquí abajo, con más insistencia miramos al cielo. Unos para mascullar plegarias, otros para teatralizar un gesto de desesperación. Pensamos que ahí arriba está la solución cuando los problemas nos crecen bajo los pies y no encontramos una salida a ras de suelo. Será que la humanidad lleva en su ADN esas evocaciones de otras civilizaciones, ya desaparecidas, que han dejado constancia en la dura superficie de las piedras de la presencia de seres que llegaban de las nubes. No me cabe ninguna duda de que hay vida ahí afuera; otra cosa es que quieran saber algo de nosotros, entablar algún tipo de contacto, más todavía si han visto el comportamiento de los terrícolas en los últimos siglos. Pero como nos agarramos a cualquier señal de esperanza, el anuncio ayer del descubrimiento de vida en Venus abre todo tipo de expectativas a largo plazo. Los científicos hablan de ‘vida aérea extraterrestre’ para referirse a los microbios que emiten la fosfina detectada en la atmósfera del planeta de color naranja. Minúsculos seres a vista de microscopio. Algo es algo, como el agua observada en los casquetes polares de Marte. No estamos solos, pero esta catástrofe que nos amenaza con forma de pandemia puede dejar la Tierra como hábitat únicamente para microbios y bacterias, sometidos, eso sí, al examen telescópico de marcianos y venusianos.