avarra ha pasado de una situación epidémica de riesgo extremo a otra de riesgo alto. Tampoco tranquiliza mucho la nueva calificación. La cosa sigue estando complicada. Es cierto que la política informativa a golpe de estadística diaria parece colocar a la realidad del coronavirus en una situación normalizada que no es tal. Sobre todo, las consecuencia humanas. Navarra se acerca ya a los 900 fallecimientos por coronavirus, y los datos de esta segunda ola de otoño son igual de malos en este sentido que los de primavera. En noviembre, 169 personas murieron en Navarra y 130 en octubre, por encima de marzo o mayo y solo superadas por las 328 de abril. No son buenos datos. Son malos. Se analicen como se analicen. También son malos los datos económicos y laborales, sobre todo en los sectores más afectados por las últimas restricciones como la hostelería, la distribución, etcétera. Es importante huir de esa tentación normalizadora y aplicar la exigencia del equilibrio en la toma de decisiones. Es cierto que la llegada de las vacunas en las próximas semanas es una buena noticia y que la sociedad, todas y todos nosotros, estamos necesitados de ese tipo de buenas noticias. Al menos, mantiene viva la llama de luz en el horizonte, aunque ese horizonte esté aún a varios meses de tiempo por delante. Posiblemente, habrá que esperar hasta después del verano para llegar a la salida. Por eso es mejor avanzar sin perder de vista el presente. No son buenos tiempos aún para echar a correr. Que la Navidad y las necesidades festivas de socialización no alejen aún más en el tiempo esa llegada al final del túnel. Sobre todo, que no se olvide que la cifra de personas muertas es ya muy alta y que dependerá de lo que las autoridades políticas y sanitarias decidan y de lo que hagamos como ciudadanos el resto que esa cifra no siga creciendo por decenas de personas a la vuelta de la Navidad a partir de enero y febrero. Esa amenaza peligrosa sigue ahí. Si normalizamos esos costes humanos, o si miramos hacia otro lado ante las consecuencias laborales y económicas de personas y empresas, no avanzaremos ni llegaremos antes, sino que retrocederemos y nos instalaremos en una situación aún peor a la que hemos vivido en este inquietante 2020. El toque de queda, la limitación de las reuniones sociales y familiares en domicilios privados y el cierre perimetral de Navarra han sido los efectos más beneficiosos para limitar la segunda ola del coronavirus. Mantenerlos al máximo las próximas semanas -sin concesiones o con las mínimas a la Navidad-, y compaginarlos con una reapertura estricta de la hostelería que dinamice también el comercio local deberían ser la apuesta. No se trata solo de responsabilidad social, sino también de certezas en la toma de decisiones, valentía en la comunicación de las mismas y equilibrio en vez de cambios bruscos en las restricciones. Más teniendo en cuenta la experiencia ya acumulada, en especial de los errores, en la primera y segunda ola. No sé si una tercera ola será inevitable mientras no se alcance la inmunidad de grupo, pero sí se puede afrontar, en caso de que llegue, de forma que todos sus efectos puedan ser menores que en primavera y otoño. Se trata de eso. Hoy se celebra el Día de Navarra con la entrega de la Medalla de Oro al personal sanitario y sociosanitario por su trabajo, profesionalidad y humanidad en estos meses de pandemia. Que no sea sólo una pose.