ómprame velas", reclama la octogenaria mujer. "¿Para que las quieres?", le interroga su hija. "Por si se va la luz", concluye expeditiva la anciana. Tiempo atrás, la luz se iba y volvía en los pueblos a la menor incidencia que sufriera el transformador. El aséptico edificio de ladrillo que albergaba al elemento eléctrico tenía forma de prisma cuadrangular, el mismo formato en todas las localidades, y de él dependía el suministro de cada casa. Quedarse a oscuras era frecuente, sobre todo si descargaba una tormenta con abundancia de rayos y truenos. Así que en los hogares siempre había un contingente de cabos de vela para esas emergencias que era difícil saber cuándo quedarían solventadas. Hoy las caídas de suministro tienen que ver con un fallo en el servicio de la empresa contratada o con un impago de la factura. Porque el consumo de energía ha pasado de ser un bien de primera necesidad a un negocio explotado por potentes compañías que fijan los precios. La pasada semana, sin ir más lejos, la respuesta al incremento del consumo por la ola de frío fue una subida que triplicó el precio de la luz. Y muchos hogares ya no pueden pagarla. Y corren el riesgo de caer en la pobreza energética. Y volver a quedarse a dos velas.