omo el delito ya ha prescrito, lo confieso: he copiado en los exámenes. Yo y gente que tenía alrededor. Cada cual se las ingeniaba a su manera: con la clásica chuleta de letra microscópica que colaban en cajetillas de tabaco o enrolladas en el bolígrafo; con anotaciones en la palma de la mano; dando el cambiazo con temas ya preparados; abriendo el libro bajo la mesa€; la picaresca era múltiple y había auténticos especialistas en la materia. Hablo de los tiempos en los que las actuales tecnologías eran ciencia ficción. Ahora los métodos de copia son más sofisticados y se han desmontado tramas, con apoyo exterior, en exámenes para acceder al carnet de conducir. Mi experiencia me dice que la chuleta era una salvaguarda, un por si acaso más que una maniobra para estudiar menos. Ahora, el campus universitario anda alborotado entre quienes, en este tiempo de pandemia, defienden el examen presencial y los que apuestan por el telemático para evitar contagios. Pero esta alternativa despierta todas las suspicacias porque no hay ninguna garantía de que el alumno no haga trampas. Se puede activar la cámara del ordenador, pero no llega a los espacios muertos ni tiene un ángulo de 360 grados que abarque toda la habitación. Hagan lo que hagan, alguien va a copiar, eso seguro. Va en el ADN del estudiante.