e veía a veces por el barrio pamplonés de San Juan, empequeñecido en la silla de ruedas, e impactaba la comparación con el coloso político que fue. Porque, sin entrar en cuitas ideológicas tratándose de un alcalde ungido por el franquismo, la historia reciente de Navarra no se entiende sin Gurrea en su condición de factótum por partida doble, como secretario general del regionalismo de 1985 a 2001 y vicepresidente de los gobiernos de Sanz de 1996 a 2003. En UPN le apodaron Rafa como muestra fundada de gratitud, ya que tras liquidar la UCD de Navarra él forjó de abajo a arriba una vigorosa organización rentabilizando el conservadurismo rural, mientras que a efectos gubernamentales siempre primó la cohabitación con el PSN como garantía de poder. De hecho, resultó clave para que UPN lo recuperase en 1996 a cambio de prometer al PSOE que la derecha navarra no enredaría con la corrupción del urralburismo, de cuyos chanchullos Gurrea tuvo conocimiento indirecto y acabaron sepultando al tripartito de Otano. Como prueba de su maquiavelismo, aprovechó el viaje para enterrar también a CDN después de porfiar por que el heterodoxo Alli, al que nunca pudo embridar, abandonara UPN para dejar vía libre a Sanz y erigirse él en su lugarteniente con partido y gobierno bajo su tutela. Para la prensa, Gurrea fue siempre un jeroglífico, pues podía atravesarte con la mirada o envolverte con su ironía. Pero debe reivindicarse su defensa del pluralismo informativo, para no tener que someterse a un medio en concreto y para que otros controlasen a los suyos, así como la solidez de sus argumentos, se compartieran o no. Recurriendo a su predilecta Casablanca, nadie la toca hoy en UPN como Gurrea. DEP.