avarra aprueba un nuevo Plan de la Juventud, el tercero creo en los últimos años, dotado con 53 millones de euros en este 2021. Hace muchos años que desconfío por experiencia profesional de este tipo de planes gubernamentales. El tiempo acaba demostrando que tienen más de propaganda que de efectividad. Los sucesivos planes de empleo de los años pasados son el paradigma de la nada más ineficaz si borramos las fotos de apretones de manos, sonrisas y los cientos de millones perdidos en ya nadie sabe dónde. Pero aún así espero que en este caso tenga recorrido. Las generaciones jóvenes necesitan y exigen su espacio vital, social y laboral sin renunciar a su arraigo. Atender esa realidad con honestidad debe ser una estrategia prioritaria de este Gobierno de Navarra. Lo relaciono, igual equivocadamente, pero creo que no tanto, con una encuesta sociológica que leí hace unos días sobre la situación económica en la que una de las conclusiones que resaltaban los autores del estudio era que empeora la percepción general de los ciudadanos sobre la economía, aunque crece, al mismo tiempo, la esperanza de mejora a un año vista. De hecho, mientras el 70% define la situación actual como bastante mala o muy mala, apenas un 21% percibe su realidad personal en esos dos parámetros negativos. Así expuesto aporta una tendencia social en clave optimista: que aun asumiendo la dura realidad de la crisis desatada por la irrupción del coronavirus hace un año, los ciudadanos se resisten a renunciar a la esperanza de mejora y soluciones. Más bien, las expectativas mas negativas de la opinión pública parecen concentrarse en la desazón y el cansancio personal y social por los vaivenes constantes que está ocasionando la gestión para tratar de controlar la expansión del coronavirus. Sobre todo, por sus contradicciones constantes, la confusión de las informaciones y la repetitiva vuelta atrás en la aplicación de restricciones y medidas de control de derechos y libertades. Y eso entre las generaciones futuras que ya están aquí me parece más evidente y creciente aún. Aún así, parece que el imaginario colectivo prefiriera aferrarse a las posiciones positivas de esperanza para afrontar la crisis antes que al malestar y tristeza del pesimismo, aunque seguramente presente éste mayores dosis de realismo. Siempre que ese optimismo hacia el futuro, esas ganas de avanzar, no sirva para ocultar posiciones escapistas o para enaltecer actitudes populistas o demagógicas, parece un mejor estado de ánimo colectivo para transitar en el desconcierto de la crisis que la pérdida de ilusiones. Incluso para reflexionar con honestidad y garantías sobre cómo evitar los errores, imposiciones y descontroles de un modelo económico capitalista que ha mostrado evidentes síntomas de agotamiento y de incapacidad de respuesta sus propios problemas a lo largo de este siglo XXI.