ndan en Japón y en el Comité Olímpico a vueltas con dos preocupaciones prioritarias. Una es entendible: la seguridad del personal ante el avance de la pandemia. La otra es de coña: camas anti sexo de cartón para intentar desalentar las relaciones sexuales durante los Juegos, con el coronavirus como excusa. Las 18.000 camas especiales de la Villa de Harumi permitirán dormir pero se desvencijarán en el caso de que haya actividades demasiado bruscas. Así que muchos de los y las atletas andarán tan preocupados de no quedar en evidencia ante el posible desplome de su catre como de la concentración y preparación para lograr sus objetivos deportivos. Las leyendas sobre la intensa actividad sexual en los Juegos, que según muchos entendidos mejora el rendimiento competitivo de los atletas, van a quedar patas arriba ante la ansiedad que puede provocar el hecho de la prohibición en sí y la frustración de un deseo reprimido en personas jóvenes, activas y con enormes impulsos de interrelacionarse. Tokio pretende unos JJ.OO. sin sexo frente a los últimos de Río de Janeiro, donde se distribuyeron casi medio millón de preservativos, 42 por persona. Habrá partidarios de una y otra postura, pero lo que está claro -como parafraseaban nuestros abuelos- que el asunto de la jodienda no tiene enmienda.