a sido la semana de Afganistán en agosto. En agosto, al contrario de lo que pregona el tópico, siempre ocurren hechos noticiosos importantes. También es un periodo hábil para las tropelías políticas. En política, en el área internacional, en el ámbito de los sucesos, en el deporte, comienzan guerras, hay golpes de estado, catástrofes naturales o medioambientales... casi todas las secciones de un medio informativo contienen argumentos de peso. No es un mes muerto. Y este año tampoco. Afganistán lo ha ocupado todo, aunque también un nuevo terremoto en Haití ha dejado un rastro de desolación en un país que ya era una imagen permanente de devastación. Entre los pesimistas tiene predicamento ese principio que advierte de que todo lo que va mal está irremisiblemente condenado a empeorar. Por supuesto, a los haitianos y a los afganos les está prohibido ser pesimistas, su realidad diaria cotidiana ya superó hace tiempo ese estado melancólico en el que anida el pesimismo. Pero también en lo más profundo del pozo hay clases.

Perdida a estas alturas su condición de foco informativo de interés internacional, Haití ha soportado en silencio el olvido. A veces uno piensa realmente que el argumento de Atrapado en el tiempo, excelente comedia con Bill Murray y Andie McDowell que describe las andanzas de un periodista del tiempo gruñón y antipático que se ve condenado a revivir una y otra vez el mismo día, es un hecho cotidiano. En Haití, sin duda lo es. Ocho días después del terremoto, la ayuda internacional esencial en amplias zonas del país sigue sin llegar, como la información y el interés internacional. Queda ocho días después todo por hacer. Un país pegado irremediablemente a la desgracia y la miseria. Como la realidad cotidiana de otros cientos de millones de seres humanos en todo el planeta Tierra obligados a vivir siempre en un mundo en deterioro y colapso permanentes. Condenados a repetirse un año tras otro. Como agosto. No es el caso de Navarra. En Navarra, estos días de agosto transcurren entre la incertidumbre de la climatología, la evolución de la pandemia, la progresiva mejora de los índices socioeconómicos, los botellones nocturnos y la calma chicha en que se ha instalado la política foral. Con la quinta ola del coronavirus bajo control, la vacunación alcanzando ya al 75% de la población y unos datos de empleo, producción industrial, exportaciones y PIB ya con indicadores previos a la llegada del coronavirus el discurso del deterioro y el colapso aquí es tan absurdo como falso. Que lo intente enarbolar Navarra Suma tiene poco sentido y ninguna credibilidad. Lo único que presenta síntomas de deterioro y de colapso en este presente de Navarra es precisamente la estrategia de oposición de las derechas y el fracaso de la fallida coalición Navarra Suma que camina hacia su punto final. La teoría del deterioro y el colapso de Navarra es tan descabellada que ni siquiera es capaz de remover del despiste general de todo periodo vacacional a la opinión pública. Irrelevante. A la espera de que septiembre sea también un día de la marmota en esa repetitiva estrategia de Navarra Suma de embarrar cualquier cuestión de interés social general. Aunque funcione bien, deterioro y colapso es la consigna. En fin.