l desgarrador drama de Aziz, el joven afgano casado con la tudelana Silvia Arrastia, es ilustrativo del caos y la desesperación en el que sobreviven miles de afganos en su afanoso intento de huir de su país tras la rápida toma de poder de los talibanes a consecuencia de la deserción de la coalición internacional liderada por EEUU de su compromiso tras 20 años de inacción social y política efectivas sobre el terreno. Los 6.000 kilómetros que separan Tudela de Kabul, a Aziz de sus 14 familiares -diez de ellos menores- que llevan pululando tres días con sus noches por los alrededores del aeródromo intentando tomar algún vuelo hacia la libertad y el futuro, se han acortado esta semana con kilómetros de solidaridad ciudadana.

Las buenas intenciones de las instancias oficiales son insuficientes ante el desasosiego de Aziz y Silvia y las duras condiciones que están soportando sus parientes de Kabul. Estos días todos somos de alguna manera Aziz y Silvia. Y sufrimos -no como ellos, pero sí con ellos- su agónico intento para reagruparse. Para que allí mantengan su entereza y no sucumban al miedo que ya reina en las calles Kabul. Y, aunque sea cada vez más difícil, para que contacten con los últimos vestigios de autoridad civil o militar occidental allí y les ayuden a lograr el anhelado reencuentro y el fin de la pesadilla. Ojalá toda esta movilización no quede en una triste odisea fallida.