spero con impaciencia el momento de poner hoy los pies fuera de la cama. ¿Cómo serán esos primeros segundos de recuperar la normalidad? Dicho esto, ¿era normal la situación en la que se desarrollaba nuestra vida antes de aquel 13 de marzo de 2020 cuando el Gobierno decretó el estado de alarma? Si no lo era, nos habíamos acostumbrado a ella con la naturalidad que impone el dar por bueno un hábito consolidado y que por pereza o comodidad nos resistimos a rebatir o modificar. Como lo hemos hecho con el uso diario de la mascarilla, guardar distancia en las colas para pagar, el teletrabajo, no compartir el ascensor... Hicimos de la adaptación a la anormalidad nuestra autoimpuesta normalidad. Hoy, un 1 de octubre que rememora otro 1-O en el que miles de catalanes querían decidir si apostaban o no por la independencia, recuperamos la nuestra o la parte que las leyes nos autorizan. No toda la independencia, claro, porque diecinueve meses han dejado una costra en nuestras mentes, un síntoma de covid persistente y silencioso que nos autolimita y nos hace precavidos, cuando no miedosos. Realmente, a todos nos gustaría abrir el ojo hoy y que nuestra vida fuera normal. Pero sabemos que es imposible.