En la crisis desatada en el PP todo ha sido obsceno. Ha sido obsceno el alarde de falta de piedad con quien hasta hace solo unos días ha sido su presidente y candidato a la presidencia del Gobierno, Pablo Casado. El escarnio, humillación y linchamiento públicos de Casado forma parte ya de la historia más negra de la peor política española. Ha sido obsceno el coraje y la virulencia con los que los grandes medios reaccionarios de Madrid han señalado y arremetido contra el que solo unas semanas antes era la gran ilusión para llevar al PP de vuelta a la Moncloa y para terminar con Sánchez. Esos medios -de la broza digital no hablo-, sin pudor alguno, han dirigido los tiempos y han señalado el camino para su final. Y el rebaño de cargos públicos del PP que le debían su puesto y su salario a Casado han seguido al dictado sus consignas, con el insulto como principal argumento en columnas, editoriales y tertulias de radio y televisión, hasta apuñalarlo por la espalda uno tras otro en una gran escena de indignidad. Apenas un par de fieles acompañaron a Casado en su triste y solitaria salida del Congreso tras su última intervención en el Hemiciclo. Una de ellas fue Ana Beltrán, la presidenta del PP de Navarra y número tres de Casado. Un gesto que ya le ha situado en el mismo cadalso que lleva a la guillotina que acabó con Casado. Del Burgo le ha señalado como responsable de todos los males del PP en el Estado y en Navarra. Y Del Burgo sigue siendo mucho Del Burgo en ese confuso mundo que son las derechas en Navarra, a las que lleva dirigiendo el paso desde antes de que Franco llegara a cornetín. Beltrán como Casado son víctimas de su propia falta de capacidad política, pero eso no es nuevo. Ni uno ni otra han estado a la altura de las responsabilidades públicas e internas que les exigían sus cargos. Sin paliativos, han sido pésimos. Pero su obscena salida de escena ha sido el indisimulado cierre a la puerta que dejaba entrever el apestoso perfume de la corrupción que anida en el PP. Se puede ser un inútil político, pero no se puede decir la verdad sobre lo que ocurre dentro de tu casa política a la opinión pública no sea que tus votantes asuman alguna vez que todo tiene un límite. Hasta la corrupción. El cobro de comisiones de un contrato de mascarillas por más de 280.000 euros por parte del hermano de Ayuso detonó el final de Casado, pero también dejó en evidencia que el PP ha optado por mantener las puertas de su corrupción cerradas a cal y canto a la sociedad. De hecho, solo un par de días después de que Casado tirara la toalla y pusiera el liderazgo del PP en manos de Feijóo, la Comunidad de Madrid, que preside la propia Ayuso, confirmaba la veracidad de su denuncia. Eso añade aún más obscenidad a todo. Lo hizo coincidiendo con la invasión de Ucrania por tropas rusas con la esperanza de que el humo de las bombas llevara a un plano muy alejado el asunto. El mismo humo que no pudo ocultar el inmenso fracaso del último paseo de Esparza por Madrid, al que nadie le hizo el mínimo caso. Esparza ha sido también una víctima colateral de la guerra en el PP. Tampoco le arriendo la ganancia a Feijóo. Las sombras alargadas de la corrupción apuntan ahora a Ayuso. La guillotina sigue instalada en Génova y el sonido de la hoja al caer se escucha también en Navarra.