ay que reconocer que el alcalde de Pamplona Enrique Maya tiene una extraña relación con los Sanfemines. Vive con ellos a cuestas todo el año y los saca cada cierto tiempo. Maya y San Fermín, esa extraña pareja. Habla de las fiestas en cualquier contexto, lo mismo en pandemia que en tiempos de guerra. Habla para no decir nada, para no concretar, para generar expectativas, como si su manera de hacer política fuera en la línea de palabras clave que le den audiencia. El sabe que con decir San Fermín tiene el clic asegurado y la repercusión ganada. Lo hizo en pandemia alargando la agonía de una doble suspensión anunciada y asumida por la sociedad; lo hizo a medida que salíamos de la crisis sanitaria cuando lanzó la posibilidad de alargar tres días los Sanfermines, lo volvió a hacer con la idea de que alguien importante lanzaría el Chupinazo y lo repitió con la fanfarronada de que este año veríamos lo nunca visto en San Fermín, y al parecer se refiere a un concierto en el Navarra Arena, sin grupo o artista por el momento. Está empeñado en pasar a la historia por hacer algo que nadie ha hecho en San Fermín y creo que va por la senda equivocada. Las fiestas post pandemia ya van a ser algo único e irrepetible por si mismas. Porque en Iruña tenemos ganas de vivir la fiesta desde dentro con lo mejor que tiene, con su capacidad para acoger, para disfrutar, para vivir intensamente, para abrazarnos, bailar, volver a reir y sentir que las emociones congeladas siguen intactas dos años después. Lo mejor de los Sanfermines ha estado siempre fuera de programa, por eso son lo que son, la esencia de una ciudad abierta y solidaria, grande de por sí, al menos durante 9 días al año.