Escucho la palabra sequía y cierro el grifo. Es una reacción natural, como comprobar si hay alguna ventana abierta cuando me sobresalta el estampido de un trueno. Cosas de la edad. O de las prevenciones que aconseja el ya inevitable cambio climático. Porque la falta de agua, esos embalses que dejan ver su piel cuarteada, ha desatado las alarmas. Discurrimos por el mes de abril, el de las aguas mil según el refranero, y los expertos aseguran que ya es el más seco de la historia conservada en registros. Los agricultores de la zona sur de Navarra miran con la misma inquietud a la tierra y al cielo; ahí en medio están ellos, atrapados ante la perspectiva de poder perder sus cosechas si el tiempo no se pone de su parte. Y esa falta de lluvia para el campo nos acaba salpicando a todos; porque si el producto escasea eso conlleva una inmediata subida de los precios para el consumidor, otra más, y Juan Roig los acaba incrementando luego “una burrada”. Anuncian los meteorólogos que para el próximo fin de semana viene un frente atlántico que repartirá chubascos por toda la Península, pero que va a servir de poco. Aguafiestas. Todo apunta a una crisis de reservas en verano. ¿Habrá que cerrar el grifo?