El poder está cómodo impulsando la moda de las prohibiciones. Y no solo el poder establecido, sino quienes aspiran a establecerse como sustitutos hacen uso y gala de las prohibiciones como puntas de lanza de sus propuestas políticas o electorales. Es una estrategia esta de prohibir destinada a evitarse las incomodidades democráticas de las libertades de expresión, opinión y manifestación. Es importante esto.

En este siglo XXI de cambios contantes, las prohibiciones se han ido imponiendo y asentando también con una progresiva normalidad en los sistemas democráticos. Miramos siempre a Trump, porque hace alarde de la prohibición como bandera de sus política y eso hace más fácil visualizar este fenómeno que avanza en la regresión de las libertades y derechos, pero es mucho más general y extendido. Ayuso decide imponer la prohibición de las banderas palestinas y las muestras de apoyo a la población de Gaza en los colegios madrileños, pero se persiguen todo tipo de símbolos por el simple hecho de representar demandas o actitudes vitales o sociales que le resultan incómodas a un poder o a otro. Y ya no solo símbolos, prácticamente cualquier actividad está sujeta a una posible prohibición.

La manga para llevar adelante prohibiciones es ya muy ancha. Cuando la prohibición comienza a empañar la imagen pública de los prohibidores se echa mano de la propaganda y de la manipulación sobre las molestias que traen bajo el bajo de las reivindicaciones o demandas los molestos que ejercen su derecho a la queja. Siempre tienen como única finalidad la desmovilización ciudadana o el paso al olvido de lo prohibido. Tienen un efecto coercitivo que ni siquiera se molestan en disimular. Y si todo ello no desgana lo suficiente las ganas de protesta, siempre queda el recurso al uso y abuso del monopolio de la violencia del que dispone el poder.

Las cargas, los palos y los enfrentamientos también desmovilizan. Son otra vía de prohibición encubierta. Como lo es echar mano de condenas exageradas para los detenidos como advertencia prepotente. O inventarse perfiles penales de los detenidos o simplemente identificados para aumentar la sensación social de inseguridad y violencia. El discurso de la seguridad se ha impuestos a las libertades y la búsqueda de protagonismo a costa de lo que fuera, por ejemplo los derechos de los demás ciudadanos, deja sin valor la premisa fundamental de que los derechos conllevan también deberes. Como si el cabreo fuera una patente de corso para atropellar impunemente. La moda de prohibir avanza sin apenas obstáculos, y a veces con la complicidad de quienes la alimentan interesadamente. La idea de ley y orden, cada cual intenta imponer el suyo, de los extremos.