si preguntásemos a un matrimonio qué porcentaje de tiempo dedica cada uno a las tareas del hogar, la suma sería, según varios estudios, de un 140% del tiempo. Si preguntamos a un conductor si conduce mejor o peor que la media, el 90% piensa que lo hace mejor que la media (por supuesto, yo también lo pienso). Si preguntamos a una persona quién cree que merece subir al cielo, una gran mayoría piensa que? ¡ella misma! Después pueden aparecer personas como Teresa de Calcuta, Nelson Mandela o el papa Francisco, pero primero aparece uno mismo.
¿A qué se deben estos resultados? A un sesgo habitual en nuestro comportamiento: la tendencia que tenemos a sobreestimarnos y a vernos por encima de los demás, de manera que sobrevaloramos nuestras buenas acciones infravalorando las malas y sobrevaloramos las malas acciones de los demás infravalorando las buenas. Eso sí, hay que tener cuidado ya que estas ideas no son matemáticas. Hay personas que sobrevaloran las buenas acciones de los demás. También hay personas que tienen problemas de autoestima de manera que en un caso extremo pueden llegar a pensar que todo lo que hacen está mal.
Un ejemplo muy sencillo de sobreestimación: cuando en una conversación hablamos acerca de la crisis, de cómo nadie se mueve, es común el comentario por el cual “es que ves a la gente y todos son unos borregos”. Obviamente, el que tiene ese pensamiento se excluye a sí mismo (por supuesto, yo también me incluyo).
¿Es importante conocer este hecho? Claro que sí, ya que es la fuente de innumerables conflictos. Pensemos en un tema tan de moda como el de las separaciones matrimoniales. Siempre que hablamos con una parte de las afectadas, una es “muy buena” y la otra es “muy mala”. Además, este sentimiento es cada vez más fuerte ya que como cada persona habla con las partes de su lado, es muy difícil llevarle la contraria. Y más aún en unos momentos tan difíciles. De hecho, al final se termina echando más leña al fuego y reforzando las posiciones iniciales. En consecuencia, el conflicto cada vez es mayor.
Un caso que llama mucho de sobreestimación es el de la hipotética preocupación por los demás. Siempre que tenemos algún problema con otra persona o cuando nos sentimos decepcionados por alguien todos decimos “es que en un mundo tan egoísta yo me preocupo demasiado por los demás, y así me va”. Es seguro, aunque no conozco ningún estudio relacionado con el caso, que si preguntamos a la gente si cree que se preocupa más por los demás que la media, el resultado sería aproximadamente semejante al del test de conducir: el 90% (por supuesto, yo también me incluyo).
Toda esta historia nos enseña que, usando la empatía, es decir, pensando en el punto de vista del otro, y teniendo en cuenta el sesgo de sobreestimación, se pueden reducir muchos conflictos interpersonales. Además, siempre es mejor comentar a la otra persona, a no ser que el nivel de confianza sea mínimo, la razón por la que nos sentimos ofendidos.
Lo más curioso es que este tema de la sobreestimación se puede extrapolar a dos niveles más altos.
Primero, tendemos a sobreestimar a personas que salen más a menudo en los medios de comunicación, en especial en la televisión, de manera que nos parecen más de lo que son. Es verdad que tenemos grandes deportistas, artistas o personas relacionadas por el mundo de la cultura. Pero tendemos a confundir las obras con las personas. Que yo admire las carreras de natación de Mireia Belmonte, la pintura de Eduardo Arroyo o las obras de Javier Marías no implica que les tenga que admirar a ellos. Sin embargo, ocurre eso. La verdad es que es una relación causa efecto que no puedo comprender. Aunque todavía es más absurdo admirar a alguien solo por el mero hecho de salir en la televisión.
Segundo, tendemos a sobreestimar la capacidad de una persona para cambiar una estructura o un país. Siempre que hay unas elecciones el ganador dice lo mismo: “voy a gobernar para todos”, “hoy comienza un tiempo nuevo” o “no os decepcionaré”. Pero las estructuras de las instituciones y de la sociedad impiden estos cambios. El ejemplo más claro es de las elecciones ganadas por Barack Obama en el ya lejano 2.008. Se recuerda el “yes, we can”. Pero así se ha quedado. Eso demuestra que el problema es de la estructura misma, ya que un político que desee hacer cambios se va a encontrar una resistencia enorme por parte de las personas que salen ganando con el sistema actual y que son, muchas veces, aquellas de las que depende su puesto.
Conocido es el caso de Platón, que se marchó a Siracusa para meterse en política y poder mejorar la sociedad de su tiempo. Desde luego, Platón tenía razones de sobra para sentirse sobreestimado. Pero no pudo cambiar nada. Incluso recibió la burla de sus compañeros en su regreso a sus actividades habituales. Desde entonces, cuando un empresario, juez o intelectual entra en política y sale trasquilado se le dice: “¿qué tal por Siracusa?”.
En fin, la época veraniega es útil para descansar y reflexionar. Y el tema de la sobreestimación, sin duda, es un buen ejemplo de ello.
El autor es profesor de Economía de la UNED de Tudela