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Jaime Ignacio y Víctor Manuel: dos cabalgan juntos

Dios los cría y el corralito foral los junta. Jaime Ignacio y Víctor Manuel, Del Burgo y Arbeloa, tanto monta, monta tanto, cabalgando hacia el futuro a lomos de un pasado que les incomoda, pero que les persigue. Y no contaban con ello, evidentemente.

Hace unas semanas, Del Burgo exigió solemnemente (con requerimiento notarial y demás fanfarria) la retirada de un cuadro de la exposición Navarra 1936 Nafarroa que el pintor José Ramón Urtasun exhibió en el Parlamento foral. Además, Jaime Ignacio reveló que en uno de esos cuadros salía retratado uno de sus hijos, lo que tachó de “insólito”. No le falta razón, teniendo en cuenta que otros han visto en ese retrato a un conocido escritor navarro de novelas en euskara, entre otros parecidos razonables. A la vista está que Jaime Ignacio no es el único que está equivocado.

A Del Burgo le puede su amor paterno, pero eso no es culpa suya. A todos los padres nos pasa: por ejemplo, en el patio del colegio, vemos a nuestros hijos por todas partes, entre balones y patinetes, pero cuando los buscamos de verdad nunca los encontramos. Ahora bien, lo que no puede pretender Del Burgo es que los demás también veamos a su hijo allá donde él cree que lo ve. Es su hijo, no el nuestro.

Como es conocido, ese cuadro nació como portada del libro El corralito foral (Pamiela, 2015), del que soy autor, y luego se incorporó a la exposición. Me consta que José Ramón Urtasun quiso reflejar una escena arquetípica de la oligarquía navarra, y el aparatoso enfado de Del Burgo prueba que el pintor acertó de pleno. De paso, ello demuestra que Jaime Ignacio, quizá cegado por el amor paterno, reduce la imagen de su hijo a la de dicho arquetipo, lo que rompe (y esto sí es insólito) con una aspiración que yo creía inherente a la condición de padre: que nuestros hijos son únicos y originales (y los más listos, y los más guapos...). Cualquier malpensado podría creer que para Del Burgo sus hijos son como los demás, sin marcas distintivas ni cualidades originales. En fin, lo que viene a ser un arquetipo. De la oligarquía, eso sí.

Lo de Víctor Manuel Arbeloa es más previsible y mucho más triste. Ha publicado en prensa un artículo (titulado ¿Qué hizo usted?) para informarnos de que en El corralito foral empleo incorrectamente la forma latina status quo, ya que escribo statu quo, “confundiendo -dice Arbeloa- el ablativo con el nominativo [de la cuarta declinación, añado yo], algo que distingue un alumno de primero de latín”. Podría exhibir aquí mis calificaciones en latín, pero cuando se escribe en castellano basta con cumplir las reglas de la RAE, que solo reconoce como correcta la forma statu quo, esa que tanto le chirría a un escritor del prestigio y la trayectoria de Víctor Manuel Arbeloa.

Por lo demás, es cierto que Arbeloa tiene “una presencia mínima” en el libro, y por ello sus méritos no pueden brillar -como seguramente merecen- en la consolidación histórica del corralito foral. Hay tanto para contar, pero el espacio es tan corto... En definitiva, lo poco que se cuenta de Víctor Manuel es material viejo, ya publicado aquí y allá (como habrá comprobado cualquier lector que haya consultado las 527 notas bibliográficas que apoyan la obra) y, en el fondo, nada rompedor. Hay personajes mucho mejores que él, sin duda. Y haciendo uso de mi potestad como autor, decidí dedicar más tiempo y espacio a quienes más lo merecen. Quizá por ello Arbeloa se lamenta de lo poco que sale (aunque para él debería de ser un alivio... Misterios de la vanidad humana).

Lo triste viene después, cuando echa mano del comodín de ETA para tapar todo lo anterior. Hace ya tiempo que nos quitamos ese lastre de encima -esperemos que para siempre, y esperemos que él piense lo mismo-, para que venga ahora Arbeloa a añorar esas siglas, aunque solo sea para descalificar lo que no le gusta. Utilizar el sufrimiento de tanta gente -incluido el suyo, seguramente- para criticar un libro retrata al personaje mucho mejor de lo que yo he sido capaz en las páginas de El corralito foral.

Uno nunca deja de aprender, Víctor Manuel. Al menos en eso tiene usted razón.