cada nuevo año, todo promesas y/o todo amenazas, según se mire. En cualquier caso y en el fondo, como si empezara un nuevo ciclo, una nueva etapa, una nueva vida. El tiempo, como una pantalla por la que deslizan sombras más o menos grises o coloreadas, más o menos grotescas o glamorosas, el tiempo como un camino por el que pasamos, que lo perdemos lo reencontramos lo cerramos y reabrimos, en el que tropezamos empujamos atropellamos? trecho a trecho. Pero el tiempo, en sí, no existe, nosotros somos el tiempo, ese continuo que es la vida de cada quisque, un continuo que solo podemos concebir medible y que, en consecuencia, vamos fragmentándolo en etapas, en ciclos, en decenios, en años? Convencional todo, por supuesto, pero convención que aceptamos porque es útil para nuestro funcionamiento social y personal cotidiano. Así que, “Feliz Año Nuevo” a todos y todas, deseos de que el nuevo periodo nos aporte los cambios más esperados, nos incite a nuevas ilusiones, cierre el camino a viejos temores. Bien está, son las formas de cortesía que hacen posible la convivencia.
Bien está, aunque sepamos de la mentira de que nuevo periodo alguno nos vaya a aportar nada, ni bueno ni malo. A menos que quien felicite el nuevo año crea en el destino o en un dios que juega a los dados, que viene a ser lo mismo, sabemos o intuimos qué queremos significar: “Que en el nuevo año des lo mejor de ti, que eso te reporte a ti mismo y a tu entorno los más granados frutos”, traducido en forma estomagantemente piadosa. Es decir, sabemos o intuimos que el nuevo año será positivo si lo hacemos positivo, y eso es lo que nos deseamos mutuamente, que intentemos y logremos hacerlo positivo.
Pero nada parte de cero, de ese cero cerrado en una membrana inexpugnable desde dentro y desde fuera, viene de antes, del viejo año, de los años viejos que se han sucedido en ese tiempo que somos nosotros mismos. Los deseos pueden ser buenos, pero la lista de objetos de deseo es impía, plagada de propósitos incumplidos, de esperanzas frustradas aunque renovables, de problemas a resolver, estén en vías de o en vía muerta. ¿Qué va a ser de esa lista interminable de problemas ajados, personales y colectivos, sociales y culturales, locales y globales, que año nuevo tras año nuevo hemos tenido más o menos explícita o implícitamente presente en nuestros brindis y felicitaciones?
Nada nos va aportar el nuevo año más allá de la cargada caravana de problemas imperdonables que venimos arrastrando desde los más viejos años. Tendremos que ser nosotros y nosotras, personal y colectivamente, quienes para que el nuevo año sea positivo aportemos rampas de descarga para las viejas carretas.
Si los problemas son imperdonables, que las acciones lo sean también: imperdonables por positivas, por no tener de qué ser perdonadas. Mis mejores deseos, pues, a todos y todas en esta convencional entrada de año: que a su salida nadie de buena voluntad nos perdone nada.