Estimado cardenal, hermano en el Señor: Tan solo unas breves líneas para suplicarle que no permita recibir en la iglesia de la Almudena a los restos de Francisco Franco una vez se logre desalojarlos de la cripta del valle de los Caídos.

La razón que pongo a su consideración es muy sencilla de explicar: bastante escándalo está levantando el que Gonzalo Queipo de Llano lleve enterrado más de sesenta años en un lugar preferente de la basílica de La Almudena, siendo como fue un general expulsado (exgeneral) aunque, no obstante, participó muy activamente en el golpe de Estado de 1936 y se distinguió por un sadismo y una crueldad, sobre todo en Sevilla, con detalles probados propios de un genocida, al margen de lo que se entiende como contienda militar.

Nuestra Iglesia institución se adhirió en una gran mayoría al régimen de Franco justificando grandes injusticias e ilegalidades durante demasiados años, por los que todavía no ha revisado su más que necesaria petición de perdón amparando moralmente a la dictadura de Franco. Sería doloroso que ahora que Franco puede salir de un recinto sagrado, y Queipo de Llano también, el templo de La Almudena acogiera a Franco en sus paredes cuando ni siquiera hemos revisado la Memoria Histórica como desagravio a las víctimas. Una cosa es el juicio histórico, que se cerró en la Transición democráticamente, y otra el reconocimiento a las víctimas de que aquello estuvo mal.

Sería, como digo, un nuevo motivo de escándalo ver cómo la Iglesia sigue dignificando a un dictador que tanto daño hizo, de la mano de la Iglesia católica.

Usted, don Carlos, es un hombre bueno, de la estirpe del papa Francisco, a quien me atrevo a enviar estas líneas en la confianza de que reconsidere esta decisión en el caso de que sea cierto que ya la tiene tomada. Un saludo cordial.

Hasta aquí la carta que le envié a su Eminencia Reverendísima, confiado en que al menos recibiera de su parte unas líneas de cortesía, aunque lo fuera de manos de su secretaría cardenalicia. La realidad es que el silencio ha sido su respuesta. Aun así, la callada por respuesta no ha sido el motivo de esta reflexión, teniendo en cuenta que es posible de que ni le entregasen la carta en mano, enviada por correo ordinario.

Lo que me ha llevado a convertir esa carta en otra reflexión más larga y pública es la explicación que días después Carlos Osoro dio a los medios de comunicación sobre este tema afirmando que la Iglesia no tiene capacidad para actuar en el caso de que los restos de Francisco Franco acabasen en uno de sus nichos. El problema principal es que la explicación que dio públicamente no se ajusta a la verdad al decir que “La Iglesia no tiene inconveniente en que Franco repose en la Almudena. No es un problema del arzobispo ni de la Iglesia. En la cripta hay una propiedad de la familia Franco, y como cualquier cristiano tiene derecho a poder enterrarse donde crea conveniente”.

El Código de Derecho Canónico, en su artículo (canon) 1242, afirma: “no deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice o de sepultar en su propia iglesia a los cardenales o a los obispos diocesanos, incluso eméritos”. Pues bien, no solo en gran parte de las diócesis españolas sigue habiendo familias con privilegio de enterramiento en sagrado, sino que los enterramientos en las criptas, que Osoro afirma que nada tienen que ver con la Iglesia, es un negocio que lo gestionan las parroquias. Y el caso concreto de la catedral de Madrid, el condominio se ha convertido en el colmo de esta especulación mercantil precisamente en su cripta, donde ya se han vendido decenas de tumbas y columbarios. Y el encargado del negocio es el deán de la catedral.

Pero también es grave la equidistancia que demuestra poniéndose de perfil como los mejores príncipes de la Iglesia si recordamos que nuestra Iglesia, don Carlos, apoyó anticristianamente a Franco dándole cobijo a base de esgrimir excomuniones por doquier a quienes no secundasen el régimen dictatorial y represivo, siendo recompensada con parabienes a costa de vivir el Evangelio contrariamente a la manera en la que Jesús de Nazaret lo entendió y vivió. El arzobispo cardenal tampoco se siente involucrado con la posibilidad de que un templo cristiano se convierta en un nuevo lugar de peregrinación fascista.

Algunos pensarán que estas líneas mías hacen daño a la Iglesia. El cardenal Suenens ya afirmó, en 1969, que criticar a la Curia como sistema (pecado estructural) no es criticar a la Iglesia ni al papado. Algo parecido denunció Jesús al advertir la subversión de su Mensaje por aplicar por aquella sociedad teocrática judía que se había transformado en un instrumento de poder e injusticia social ¡en nombre de Dios!, acompañada por los notables, es decir, por los seglares poderosos de entonces. Sí: la Iglesia institución es claramente pecadora, don Carlos, como se afirmó extraoficialmente, una vez pasado el Vaticano II por falta de humildad conciliar, como lamentó Karl Rahner, considerado el mejor teólogo del siglo XX.