La irrupción de Vox será un fenómeno que se estudiará, en no muchos años, como un signo de maduración democrática en España. Con esto no queremos decir que la ideología de Vox sea más democrática que otras, sino que en una visión panorámica, Vox supone un proceso de ventilación psicológica: cada vez hay más gente que ya no acepta la demonización de la derecha como condición de demócrata. Uno de los mayores logros de los últimos meses es que aumenta el número de personas que, sin mostrarse filiales hacia el partido, muestran un respeto democrático sincero: Vox es una opción de derechas. Liberal en lo económico, respeta las tradiciones de raigambre humanista-cristiana, si bien no pretende erigirse en la opción política cristiana, cuestión siempre peliaguda en una religión que consiste, en último término, en una adhesión personal hecha en conciencia.

Por otro lado, estamos en un momento de cierta crispación, porque es evidente que esa derecha de Vox se está sintiendo valiente y la propaganda izquierdista es abrumadora desde la época de Felipe González, y ahora ve que su monopolio peligra. Pero, a diferencia de cualquier movimiento totalitario (que en España los hay) Vox no ha dado ni dará pábulo a ninguna expresión coercitiva violenta, recurso que, desgraciadamente, sí se está alentando contra Vox. Es una grave irresponsabilidad llamar a Vox “ultraderecha” o “extrema derecha”; hay siempre gente destalentada que no quiere otra cosa que verse justificada. El caso de Fernando Paz es uno de los casos que he leído más indignantes de manipulación hacia miembros de Vox. La Sexta sesgó unas declaraciones suyas para que pareciera que Paz estaba justificando el holocausto nazi. El daño moral es de una magnitud extrema, y sólo espero que los tribunales le hagan justicia. Por supuesto, el señor Paz no estaba justificando nada tan horrible (de hecho, es autor alabado sobre este tema histórico), sino que hacía una diferencia entre ley positiva y ley natural: sólo la existencia de la ley natural justifica los juicios de Nüremberg, por la sencilla razón de que los jerifaltes nazis se atenían al derecho positivo: cumplían ordenes. En todo caso, ésta es una discusión jurídica, y en ello no hay ni un mínimo de resabio antisemita en el historiador calumniado.

Por otro lado, a pesar de la ominosa carga mediática contra el partido de Abascal, se va abriendo paso una cosa que se llama el sentido común. Vox ha perdido el miedo a cuestionar la demagogia progresista. Le puede ser más o menos rentable electoralmente a la corta, pero a la larga le promete pingües beneficio, porque la realidad es tozuda. La izquierda española es muy demagógica: la mayor parte de la gente que nos tacha de xenófobos no son quienes van a abrir las puertas de sus casas a los emigrantes; cerradas las tiene Manuela Carmena. La mayor parte de la gente que apuesta por la educación progre quiere un colegio riguroso (y privado) para sus hijos. La mayor parte de la gente que dice estar a favor del aborto preferiría no tener que tomar esa decisión nunca, o sería incapaz de ver la ecografía del feto antes de ser interrumpido voluntariamente. La mayor parte de quienes desean aumentar el gasto social no apoyaría a muchas de las asociaciones subvencionadas si tuviéramos que ver cómo el dinero sale directamente de nuestro bolsillo. La mayor parte de la gente que dice tener un concepto muy liberal de familia sabe que en su familia, con todos sus defectos, hay dos referentes esenciales: padre y madre. Y los datos son meridianos: Europa envejece. Necesita matrimonios convencidos, ilusionados y estables. Que se lo pregunten a los niños.

En Vox Navarra tenemos la ilusión de defender este sentido común, pero la ilusión se troca en fantasía si no parte de la realidad. Por eso, Vox Navarra propone partir de un análisis realista. Navarra está siendo invadida por el nacionalismo desde antes del actual gobierno nacionalista. La tibia respuesta que los gobiernos anteriores han dado al nacionalismo buscaba la paz social, seguramente, pero no ha hecho más que promover nuevas hornadas de jóvenes con una imagen negativa y distorsionada de España; y ¿qué paz es esa a costa del miedo a significarse políticamente en contra del nacionalismo? No es momento éste de hablar de hechos diferenciales, a veces excesivamente exaltados, sino de lo mucho que nos une a los españoles.

Para los partidos no nacionalistas, Vox no debería ser un enemigo. Navarra siempre tuvo una derecha tan nacional como navarrista, si queremos hablar en esos términos, que no gusta de un navarrismo con tinte nacionalista. Por otro lado, muchos navarristas se dan cuentan de que el navarrismo va acabar engullido por el nacionalismo si no recuperamos a la madre hispanidad. Y en contra de la hispanidad hay dos frentes muy dañinos: todas las asociaciones filoterroristas que se amparan en la legalización de Bildu, trágicamente auspiciada por el gobierno de Rodríguez Zapatero y continuada por Rajoy (y de la que solo Vox habla), y la educación en manos nacionalistas. A Navarra Suma no les vendrá nada mal tener al lado una ideología firme que no falle en lo esencial. Matemáticamente, además, las cuentas no salen. Con los resultados de las generales Vox está cerca de los tres parlamentarios. Por mucho miedo que se consiga inocular entre los votantes, un grueso muy importante de Vox no va a cambiar de voto: son los simpatizantes de Vox que le votaron aun sabiendo que era difícil sacar un congresista. Que Vox pierda algo de apoyo difícilmente añadirá ningún escaño más a Navarra Suma y sí en cambio puede favorecer al PSN; mientras que un poco más de apoyo a Vox (esos simpatizantes de Vox que votaron útil en las generales) puede ponerle en los cuatro escaños, algo muy beneficioso para el centro derecha. Escaño arriba o abajo, como dijo Julio Ariza en el último mitin, Vox ya ha ganado: podemos estar con la cabeza bien alta por haber puesto encima de la mesa algo fundamental para la democracia: perder el miedo al nacionalismo vasco.

El autor es candidato número 1 al Parlamento de Navarra por Vox Navarra