excepto en dos barrios, el Casco Viejo y la Txantrea, donde EH Bildu ha obtenido mayoría con el 30 y el 24,5 por ciento de los votos respectivamente, el resto de la ciudad ha preferido votar a esa derecha unida jamás presentada a unas elecciones. Esa derecha ha polarizado su discurso en torno a varios ejes ideologizados que han funcionado como ideas fuerza referenciales: la política lingüística, la educativa (su rechazo al reconocido programa Skolae) las políticas familistas y el antinacionalismo, usado como amenaza rupturista y como arma de confrontación social. Este discurso, basado en estos elementos de persuasión, ha sustituido al apocalipsis económico o la desmembración del reino tan del gusto de UPN. Y ha funcionado para aglutinar votos de una población mayoritaria que busca esa normalidad bucólica de las sociedades más que satisfechas pero no menos desiguales. Y esto ha funcionado en los dos escenarios, el autonómico y el municipal. Y más, en Pamplona-Iruña esa derecha ha conseguido casi la mayoría absoluta. Una plaza previsiblemente perdida para el denominado cambio. Ante esta situación, la izquierda, tanto abertzale como no abertzale, debería reflexionar.

Porque perder Pamplona no es solo responsabilidad de la izquierda no nacionalista. Esa lectura, aunque real, es excesivamente simple y no menos recurrente. Esa lectura sirve para un rato, pero no para explicarlo todo. Porque lo incuestionable es que una mayoría de la ciudadanía de Pamplona es adicta a la derecha. Ahora bien, esa pérdida, ese trasiego de votos, ese cambio de orientación, incluso esa abstención o modulación de votos útiles en el seno de la izquierda, eso es lo que hay que saber interpretar. Opino que vivimos tiempos de absoluta espectacularización de la política. La gente ya no vota por lo que se hace, por los resultados de lo ejecutado, sino por lo que se dice querer hacer y cómo se explica. Y la derecha, sin argumentos, se ha explicado bien. Ha manejado bien el discurso populista y le ha servido. Ha interpretado las claves de tal manera que ha convencido más y mejor. Más allá de sus propios errores y contradicciones.

Por otro lado, creo que una gran parte de la responsabilidad del fracaso es de la izquierda no nacionalista, sí: Podemos, Aranzadi-Equo e Izquierda-Ezkerra. Antes de las elecciones fuimos muchos quienes propusimos la necesidad de articular una lista común que blindara la capacidad de ese voto necesario para sostener el cambio. Una lista libre de hipotecas y cargas políticas que aglutinara a esos partidos que han desperdiciado un ocho por ciento de votos tirados hoy a la basura, más que los que ha obtenido Geroa Bai. Algunos partidos más que otros estuvieron de acuerdo. Pero al final prevaleció la autoreferencialidad intransigente marcada por un presentismo absurdo y unos egos adictos a Juego de Tronos e incapaces de situarse en el largo plazo y la globalidad. Y esa desunión ha sido castigada por una ciudadanía a la intemperie con más sentido común que quienes dijeron ser sus representantes. Y es que esa ciudadanía, obligada a votar desde la orfandad, ha optado por el voto útil a Bildu, al PSN o lo ha desperdiciado. Y esto es lo imperdonable. Porque esta izquierda sigue siendo necesaria. Porque esa izquierda no se resigna al orden mundial esbozado por el neoliberalismo. Pero esto no puede ser a este precio ni con estos dirigentes. Lo digo sinceramente y a costa de ciertas amistades.

Creo importante analizar también la gestión de EH Bildu. Y, aunque haya obtenido más votos, y por tanto más concejales y ganado peso específico en la ciudad, no hay que olvidar que la izquierda abertzale clásica (EH Bildu más Geroa Bai) ha perdido una concejalía respecto a 2015 cuando entre ambos sumaron 10 concejales (ahora suman 9). Pero lograr más concejales no otorga cheques en blanco ni nos exime de repensar la gestión. Porque el poder se tiene y se mantiene a través de la corresponsabilidad, el pacto y la búsqueda de escenarios y consensos transversales. EH Bildu ha demostrado saber gobernar para sus fieles votantes. Y lo ha hecho muy bien; como siempre. Pero le ha faltado saber y querer gobernar para aquellas gentes que, siendo de izquierdas, incluso socialdemócratas perdidos y sin referencialidad clara, se encontraban huérfanos. EH Bildu ha fallado a la hora de saber trasladar un mensaje más allá de su repertorio tradicional, de su clásico menú el día. Le ha faltado la ambición de quien quiere ser un verdadero líder global e incluso entre sus potenciales enemigos.

Asiron tuvo la oportunidad de fagocitar el discurso de Aranzadi e Izquierda Ezkerra cuando prescindió de ellos. Creo que era su obligación para no dejar a la intemperie a ese 15 por ciento de votantes de izquierda que se quedaban, no sin voz, pero sí sin capacidad de maniobra. Y ahí hubo una posibilidad de transversalizar el discurso, los gestos, las acciones y los proyectos. De ir más allá del propio programa, de superar la crisis con más programa global integrando políticas públicas, de hacer más ciudad estratégica para toda la ciudad más allá de los barrios fieles y de atreverse a bucear en el mar de las utopías. Sin embargo, Asiron se dejó seducir por Geroa Bai y apostar a caballo ganador sabiéndose imparable gracias a su enorme tirón personal. Pero ahora Geroa Bai es quien paga muy caro su perfil más neoliberal perdiendo dos concejalías. Quizás las que ha ganado EH Bildu.

Ahora, nos queda la espera y las negociaciones, pero esta derrota del cambio será gravosa. Y tiempo habrá para analizar si ha generado orgullo alguno. Creo que sí y mucho. No obstante, frente a la melancolía de la pérdida, tan común en la izquierda histórica y el socialismo, conviene echar mano de Walter Benjamin, quien era de la opinión que siempre había que asumir un fracaso sin capitular ante el enemigo, sabiendo que un nuevo comienzo adoptará formas inéditas.