Contaba Umberto Eco de los teólogos medievales que eran como los cerdos. Pisabas a uno el rabo y se ponían todos a chillar. Comparar a los carlistas de hogaño con esos teólogos, aunque guarden cierto parecido, no es ninguna falta de decoro, pues no hay ocasión en la que ante un artículo en que el carlismo en general se sienta aludido no aparezcan dos o tres carlistas autogestionarios y socialistas, no chillando, pero sí estableciendo cuál es la verdad científica (sic) de lo que se discute, pues ya es sabido que las relaciones entre el carlismo histórico -¿se puede decir así o hay que distinguir las distintas corrientes carlistas habidas en su seno?- y la ciencia han sido siempre íntimas y muy provechosas para ellos y para la sociedad.

Junto con esta simultaneidad física apareciendo en la palestra pública, tienen en común estos carlistas la de contestar con la respuesta clásica de quien no se entera de nada: “¿De dónde vienes? Manzanas traigo”. Por lo que, en ocasiones, es inevitable no acordarse de Kant y de Twain: “Nunca discutas con un idiota, te bajará a su nivel y te ganará por experiencia”. Y, ya puestos, tómese la palabra idiota en su sentido etimológico o en su sentido vulgar. La diferencia es mínima.

El lector atento puede recabar en sus artículos la metodología del truhán, aunque ellos se consideren dotados de la “precisión científica histórica”. Cualquier aspecto que no les guste o que no encaje en sus meninges lo obvian, yéndose por los cerros de Úbeda, con hechos que no vienen a cuento y sí al citado cerro. Por ejemplo, se plantea el papel de las instituciones públicas navarras en su labor franquista por la permanencia del Monumento de Navarra a sus muertos, los Caídos, paralela a la exaltación y enaltecimiento de los golpistas, Mola y Sanjurjo, y ahí estarán ellos, imperturbable el alemán para hablar solo de El Pensamiento Navarro, pero no desde 1936, sino desde 1939 a 1981. ¿Por qué? ¿No aseguran que durante ese período de barbarie y de crueldad los carlistas se inhibieron de asesinar y que salvaron vidas sin cuento?

Cuando se acusa al carlismo de convivencia con esas instituciones, idea fundamental de nuestro artículo, dan un quiebro y cuentan la evolución del periódico carlista que les interesa, eligiendo a sus protagonistas y zahiriendo a quienes, según ellos, han humillado el “ideal verdadero del carlismo”. Pero, a estas alturas, ¿a quién le interesa la evolución de El Pensamiento, representante o no del carlismo del bueno o de los vendidos al integrismo, como los Baleztena?

En cualquier texto o contexto, siempre, venga o no venga a cuento, hablarán de las batallas del penúltimo abuelo Cebolleta, a quien tratarán de don, usía o excelencia, que dijo esto o se enfrentó a Franco, ¡qué miedo!, y blablablá.

Javier de Borbón y Fal Conde también se opusieron a la unificación entre carlistas y falangistas. Y Rodezno, Arellano, Mazón y el conde de la Florida la apoyaron y fueron expulsados por Fal Conde de la Comunión Tradicionalista. ¿Y? ¿Quién narices ha planteado este asunto? Que la negativa del carlismo a la unificación tuvo consecuencias es un lugar común en la historia, pero el fondo del debate era otro.

Reclamarse antifranquista, y no solo por motivos políticos -otra cosa, chiflarían si Franco hubiese bendecido su monarquía foral-, no justifica para nada la calidad de un partido que ha sido un cajón, no de sastre, sino de lastre. El que les permite tildar a Lacort de “golpista liberal”, como si el que dieron con Mola, la junta y sus cuneteros fuera para enmarcar.

Apelan a la necesidad de establecer textos y contextos de lo que se cuenta. Olvidan que existen, también, los paratextos, de los que, aunque lo ignoren, son expertos. Pues la finalidad del paratexto es hacer presente el relato o texto del carlismo, asegurando su presencia imperecedera en el mundo, su recepción y su consumo tal y como establezcan estos guardianes de la verdad incólume del carlismo, antifranquistas antes de que Franco naciera, que ya es decir.

En cuanto al Carlos Hugo que en 1964 rindió homenaje a Mola en la cripta de los Caídos, ¿cómo calificar dicho gesto de exaltación y enaltecimiento del mayor carnicero padecido por esta tierra? ¿Socialista y autogestionario?

Dos años después, la revista Montejurra (año II, n.º 18, VIII-1966, pp. 11-14) publicaba un extenso artículo con una instancia dirigida a su más acérrimo enemigo, “su Excelencia D. Francisco Franco Bahamonde, jefe del Estado”:

“La revista Montejurra, de 21 meses de edad, nacida en Pamplona, capital del antiguo Reino de Navarra, forjada en el mayor amor y servicio a España, pero enraizada con las viejas tradiciones patrias [?], expone, que la sabia Ley, dada por Excelencia con fecha del 4.5.1948 y Decretos posteriores equipara los Títulos Nobiliarios concedidos por la Dinastía Carlista a los Títulos del Reino, otorgados por rama Liberal; que parece debe alcanzar el reconocimiento lógicamente a los infantes de España, desposeídos de su condición de Infantes por haber luchado contra la rama liberal que tan lamentables consecuencias trajo a la Patria; que fehacientemente demostrada la fidelidad de los infantes natos de España de la rama Borbón Parma a la Monarquía carlista excepto el caso de D. Elías y asimismo vistos los servicios heroicos y extraordinarios prestados a la Cruzada por ellos; que a mayor abundamiento, es tanto más natural este reconocimiento ya que dice la ley: “Como lógica consecuencia de nuestra Cruzada es justo reconocer también la confirmación de los Títulos llamados Carlistas”; que entendemos, si éstos (los Infantes) han tomado parte activa y transcendentalísima en la Cruzada, los méritos son doblemente justificados; suplica, se digne Su Excelencia reconocer la condición (desposeídos por la Rama Liberal) de Infantes de España, de D. Roberto, Duque de Borbón-Parma, de su hijo D. Francisco Javier de Borbón-Braganza, Príncipe de la Casa Real de España Borbón Parma, así como la de sus legítimos descendientes y herederos.

Es gracia que espera obtener de su reconocida bondad y justicia, cuya vida Dios guarde muchos años. Pamplona, 18.7.1966”.

No parece, pues, que el enfrentamiento entre Franco y el carlismo durase toda la larga posguerra, hasta la muerte del dictador.

Firman este escrito: Víctor Moreno, José Ramón Urtasun, Ángel Zoco, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort