hace casi 40 años, en concreto en octubre de 1980, escribíamos en un periódico lo siguiente:

“El hecho de que la pornografía, con su peculiar información sexual, y con su objetivo, eminentemente lucrativo, se haya introducido en nuestro Estado, antes que una auténtica educación sexual, va a generar consecuencias graves en la salud sexual de las personas”.

Nos congratula especialmente saber que, hoy en día, cualquier especialista en educación sexual suscribiría esta afirmación. Por tanto, no se nos puede acusar de oportunismo porque hemos advertido reiteradas veces los efectos negativos del porno en ausencia de una educación sexual profesional.

Vamos a abordar un tema extraordinariamente complejo del que nosotros destacaríamos las siguientes consideraciones. La pornografía parece ser uno de los negocios más espectaculares en nuestro mundo globalizado. Los datos respecto del consumo son estremecedores y el número de páginas porno existentes y las que se incorporan a diario, llegan a marear. Hay numerosos tipos de modalidades y subgéneros imposibles de cuantificar. Por otra parte, la pregunta ¿qué es erotismo y qué es pornografía? tiene una respuesta absolutamente personal, si bien hay líneas rojas claramente indicadoras del terreno pornográfico: cualquier tipo de agresión y violencia. Incluso hay quien diferencia entre pornografía y cine pornográfico. Probablemente para muchas personas la diferencia esté en lo que se muestra o no y en lo que tal cosa estimula o no la imaginación y en qué cuantía.

Podríamos acordar que las pelis porno, a pesar de la extraordinaria variabilidad, representan imágenes explícitas de carácter sexual, bien sea de manera individual, en pareja o en grupo, y que tienen como finalidad exclusiva excitar sexualmente al/a espectador/a obteniendo una gratificación sexual. Generalmente el espectador se masturba y, si es vista en pareja, les sirve como elemento de excitación.

Hay que considerar que la gran mayoría de las personas, sobre todo varones, y en mayor medida adolescentes, pero no únicamente, han tenido acceso alguna vez a algún tipo de modalidad de la pornografía. Durante muchos años, en España, el porno era algo prohibido, incluso ilegal, pero eso no era suficiente para impedir que esos recursos se utilizarán. Se hacía, pero de manera clandestina: escondiendo las revistas en lugares inverosímiles o intercambiándolas por otras, en las que se apreciaba un notorio deterioro, resultado del habitual uso. En cualquier caso, se hacía, tenía lugar en secreto, mientras que la sociedad miraba para otro lado. ¡Cuántas veces se ha adoptado esta actitud, la de hacer oídos sordos, en asuntos sexuales! Pues bien, Internet ha venido a desbaratar esa subcultura. El porno ya no es invisible. Está por doquier y su uso es generalizado. Es totalmente accesible. Y resulta imposible y poco útil prohibirlo a chicos y chicas con una grandísima curiosidad hacia esta temática, que, por otra parte, le interesa a todo el mundo en mayor o menor medida. También controlar tiene sus inconvenientes, aunque haya filtros parentales o programas y apps específicas diseñadas a tal efecto.

Un reciente estudio nacional, elaborado entre otros por la Universidad de las Islas Baleares, indicaba que una cuarta parte de los varones consume porno antes de los 13 años. El porcentaje sube hasta el 75,8% antes de los 16 años. El primer acceso se adelanta a los 8 años tanto en niños como en niñas. Una de las autoras del informe, después de señalar el aumento de las manadas en España, advertía de que “el vídeo porno más visto en Internet escenifica una violación en grupo muy violenta”.

Es muy probable, como hemos advertido en otros artículos, que las redes que controlan y explotan la prostitución, la trata de personas, las drogas y las armas, sean también las mismas que controlan el negocio de la pornografía u otros productos sexuales. A tenor de que los intereses económicos de estos “sectores” son cuantiosos, no habría de extrañarnos que los propietarios finales del negocio sean los mismos grupos financieros. La sociedad de consumo no tiene escrúpulos: cualquier cosa que pueda generar dividendos, es válida. El mercado, dicen, es el único que debe regular todo. Es el poder invisible. Y el cuerpo de la mujer genera cuantiosas ganancias. Es una máquina de hacer cash. Sin pago de impuestos. Todo en negro lo que hace que el negocio sea aún más atractivo. Este sistema capitalista neoliberal promueve un escenario donde están los papeles muy claros: la pornografía actúa como una suerte de teoría y la prostitución se ocupa de la práctica: la explotación y maltrato sexual a las mujeres. Todo ello configura una industria poderosa, siempre en expansión y aclimatándose a los progresos sociales y tecnológicos de cada país. Consiguientemente el mundo de la pornografía y la prostitución están entrelazados y se retroalimentan. De hecho, algunas actrices provienen de la prostitución y otras acaban siendo prostitutas. La culpa, la baja autoestima, el estigma y el desprecio social que generan ambas actividades facilita el traspaso de un sector a otro.

En general podríamos decir que el porno, hecho por hombres, está destinado fundamentalmente a un público varonil, y es machista porque refuerza los roles de sometimiento de la mujer a la que cosifica y trata como un objeto y a la que se puede forzar o agredir con cierta normalidad como se aprecia en las imágenes. Aunque no olvidemos que los recursos del porno son infinitos y ya hay películas más acordes con los tiempos actuales de liberación femenina. Se habla incluso de porno feminista. El negocio es tan boyante que la tecnología más sofisticada se emplea a fondo y los productores del porno ofrecen vídeos glamurosos con una calidad técnica destacable, incluso con guiones, si pueden llamarse así, que tienen cierto aire de progresismo lejos de la cutrez y del raquitismo al que nos tenían acostumbrados. Algunos empresarios del porno tienen la desfachatez de reivindicar la educación sexual, a la vez que explotan miserablemente a las actrices, como ha señalado lucidamente Ismael López.

Con todo el porno está ahí, en nuestras casas, en cualquier dispositivo electrónico con acceso a Internet. Las 24 horas del día, los 365 días del año.

El autor es Dr. en Psicología, especialista en Sexología, y autor del libro ‘Sexo, poder, religión y política’ en Navarra, editado por Amazon