Mantenía hace años el escritor Daniel Pennac: “Un profesor tarda muy poco en convertirse en un viejo profesor”. Conociendo algo su obra, podemos intuir a qué se refería: el cansancio derivado de la rutina y el hastío de hacer y enseñar siempre lo mismo. ¡Y mil presiones más! Pero dudo mucho de que el calificativo viejo lo opusiera Pennac a la figura del nuevo profesor showman que comienza a aparecer, vía charlas, YouTube, premios y puesta medida en escena, números uno en no sé qué ranking. Recuerden el salto a la palestra de cierto joven profesor condecorado con el Global Teacher Prize, que para más detalle mediático califican como el “Premio Nobel de los profesores”, y que posee la inmensa suerte y sabiduría de aconsejarnos que redescubramos la esencia de nuestro papel docente. (¡Y yo que creía saber algo de mi profesión después de casi 30 años!).

Seamos serios: no creo que nuestra profesión tenga mucho que ver con exhibiciones de pasarela en la que acaban desfilando desertores de la tiza, en una escenografía más propia del Club de la comedia.

A estos golpes de efecto podemos sumar más despistes educativos que nos alejan -en mi opinión- del verdadero meollo de la educación. Léase la polémica más o menos interesada en torno al programa Skolae, que detractores y defensores se han encargado ya de documentarnos suficientemente, y cuyo debate nada tiene de nuevo. Recordemos el agrio rechazo que a nivel estatal supuso hace más de 10 años la asignatura Educación para la Ciudadanía, que creó una auténtica cruzada entre familias insumisas bajo la acusación de adoctrinamiento. Materia que no podía ser más inocua, y que incluía lo que hoy formaría parte de los contenidos de Valores Éticos o de actividades del Plan de Acción Tutorial, con los que nadie se escandalizaría. Pero por una incomprensible pendiente resbaladiza, los gobernantes de turno eliminaron también la Ética y mutilaron la Filosofía hasta convertirla en algo residual. Es curioso que los responsables de su desaparición reivindiquen en estos convulsos tiempos materias como Valores Constitucionales o una asignatura por la igualdad para erradicar la violencia de género; prueba evidente de que o desconocen qué enseñamos en las aulas, o ignoran sus contenidos curriculares . Una acusación -por cierto- aplicable también a los y las artífices de Skolae, si piensan desde su ingenuidad, que aportan una novedad radical con un programa que promueve la educación en igualdad y la educación afectivo sexual (que, por cierto, no rechazo en absoluto). La categoría “bajo una perspectiva de género” sí suena a nuevo. No lo niego.

Y llegamos así al despiste educativo que tal vez nos esté confundiendo más a los docentes: me refiero a este nuevo embrollo conceptual de teorías, métodos, modelos, instrumentos e ideas que comienzan a dominarnos, bajo lo que el filósofo José Antonio Marina denomina “bosque pedagógico” en una obra del mismo título, y que acaba tachando de “peculiar ceremonia de la confusión”. Así nos asaltan nuevos nombres como “flipped classroom”, “design thinking”, “gramficacion”, “thinking based learning”, “comunidad de aprendizaje”, “aprendizaje cooperativo”, “perspectiva educativa integral”?, y la ya clásica “Educación basada en competencias”; propuesta que toma como referente a ese “Dios absoluto” y obsesivo que es el “informe Pisa”. Pero no seamos optimistas. Si creíamos conocer su significado, los nuevos teóricos ya se han encargado de desglosarlas en competencias “clave”, “genéricas”, “generativas”, “específicas”, “transversales”, “no básicas”, “disciplinares”? (¿¿??).

Hemos cambiado de materiales (el cálamo, la pluma, el lapicero, el bolígrafo, la tablet, las pantallas interactivas, el chromebook?); atravesado modelos educativos diversos ( radicional, conductista, constructivista, escuela moderna...). Hemos renombrado los elementos del currículo (objetivos, contenidos, metodología, criterios de evaluación, conceptos, procedimientos, actitudes, estándares de aprendizaje?). Pero sería ingenuo creer que estamos inventando la pedagogía, como si ningún valor tuviera lo enseñado o aprendido hasta hoy. No puedo estar más en desacuerdo con el “motivador educativo” que cita Marina -Ken Robinson- cuando afirma: “no basta con hacer mejor lo que estamos haciendo, sino que hay que hacer algo completamente nuevo”. Tal vez no sea extrapolable el ejemplo, pero todo esto me recuerda al diálogo entre el músico Salieri y el Mozart de Amadeus. Salieri se asombra de lo que Mozart está ejecutando. “¿Qué estáis tocando -pregunta Salieri-? Al “viejo Bach” -responde Mozart. “Nada más nuevo que lo viejo” -concluyen los dos.

No cansaré más: en mi opinión, el quid pasa por la pregunta de Marina: “¿hay una guerra abierta entre el mundo real de los alumnos, docentes y padres y el mundo teórico de los pedagogos?”. Él deja entrever una respuesta negativa, pero no lo tendría yo tan claro. Después de esbozar en el prólogo del citado libro todo este conglomerado, nos invita a adentrarnos en el “bosque pedagógico “. Les seré sincero: no sé si tengo ganas de adentrarme en él o de talar los árboles. Y tampoco sé si el genial Einstein creyó sus palabras: “La educación consiste en olvidar lo que se enseña en la escuela”, afirmaba.

Procuremos quitarle la razón.

El autor es profesor de Filosofía del IES Ribera del Arga de Peralta