quí y hoy estamos todos. No podemos decir que estemos solos. Estamos todos ante el hecho de defendernos de la guerra biológica que nos ataca. Que ya se ha cobrado miles de vidas en todo el mundo, zarpazo del que no pudimos zafarnos ni anticiparnos y al que ahora tenemos que resistir haciéndole frente. Esa es la incuestionable realidad. Y por surrealista que parezca, este contexto pandémico global nos coloca en el contexto local confinándonos al territorio familiar. Pero esto en el mejor de los casos, porque también hay miles de confinados en su propio territorio individual y, por tanto, de soledad, sea o no su deseo.

Este cambio de la noche a la mañana, a veces entre una mañana y su tarde, nos conduce a rebuscar en nuestro baúl de recursos internos cuáles son las creencias, la atribución de sentido sobre el evento que estamos viviendo. Es un virus potente, sí... ¿en relación a qué? € ¿al tiempo de afectación?, ¿a la persona y su vulnerabilidad?, ¿a las estrategias con las que cada uno funcione en sus particulares guerras?, ¿a las relaciones más o menos sólidas y de ayuda?, ¿a los recursos del sistema sanitario que nos atienda?, ¿a la facilidad de acceso a las medidas de protección medicación?, ¿al mantenimiento de la coherencia y sentido común de nuestros políticos?..., y podríamos así ir añadiendo otros muchos factores que conforman la relatividad de la victoria. Relatividad que me atrevo a transformar en condolencias para los que ya han perdido a alguno de los suyos y con el añadido de no poder ritualizar, por ahora, la despedida. Ha sido como pasar de un todo a un nada. De un ayer, caso onírico, a un hoy raro y gris.

Como terapeuta no dejo de observar que este hecho pandémico desata un gran momento de ansiedad tanto individual como colectiva. Yo también la siento, mi equipo de salud mental la expresa, la expresamos abiertamente. Incluso aunque todavía contemos con exultantes incrédulos en las filas de la exhibición en los medios, lo cual no es más que una de las defensas psicológicas más primitivas ante la angustia y el estrés que impera. Porque la primera respuesta es así, individual, irreflexiva o rígida, huida o ataque, en silencio o a gritos, de cualquier forma, particular. No es extraño que entre familiares y amigos podamos entrar en conflicto debido a los diferentes estilos de afrontar el estrés que este hecho prodiga. Solo tenemos leves certezas, por tanto, el terreno de la incertidumbre nos visita de lleno.

Y esta vulnerabilidad nos anima a varias cosas: no solo a afrontar con sensación de impotencia la indefinición de lo que ahí está con sus múltiples caras, sino también a manejar la fuerza interna como elemento de supervivencia que le va atribuyendo un significado que nos empuje a afrontarlo entre todos. Entre los elementos reactivos a integrar están la espera, la confianza y el uso armónico de los recursos y precauciones que los expertos nos aconsejan para adaptarnos a lo nuevo todavía sin apellidos, a lo que no hace ruido, a lo que no se quiere ir hasta repasar todos los rincones de la tierra.

Cada uno de nosotros mostrará una reacción particular, personal y genuina ante la crisis, que tendrá que ver con nuestra propia historia vivida, la narrada por nuestra familia de origen, los antepasados, la fortaleza de los vínculos, el afrontamiento de las pérdidas, los daños vividos, la buena o mala suerte según dónde hayamos nacido, el amor, la educación y atención con las que hemos sido criados y seguimos criando a los nuestros. Pero también con el azar de nuestro camino como exploradores, todo lo que el azar ha puesto a nuestro lado y que nos ha regalado, compañía, afectos, reconocimiento, valía, humor y resiliencia. Por tanto no estamos en una celda de aislamiento, sino caminando hacia un proceso más de vida.

Y de esto saben bien nuestros sanitarios, expertos caminantes cada día hacia la asunción de lo que aparece en puertas, expertos en moverse en el caos, poniendo en juego su propia vulnerabilidad, arriesgando su fortaleza y sumando pequeñas victorias al horror que tienen delante. Bravo también por sus familiares, a los que felicito por manejarse con un temor añadido: el no poder salvar a sus hijos, parejas y amigos del ejercicio del trabajo que han elegido. Aplaudo con firmeza a los técnicos y trabajadores de los servicios de mantenimiento y limpieza, y deseo a todos los mencionados consigan un nivel de camaradería dentro de su propio grupo que permita que se sostengan unos a otros a pesar del cansancio y de no resultados rápidos.

No obstante, me atrevería a proponer la intención de aceptar la lógica de la ansiedad, pero sin quedarnos pegados a ella, sino dejando que fluya y pase de lado a ratos. Para ello propongo repasar algunos aspectos que están en nuestra mano y que ahora, más que nunca, pueden situarnos e invitarnos a contemplarlos con tiempo. En primer lugar tengo que mencionar la solidaridad desde la reclusión, manteniendo contacto telefónico o de apoyo a los ancianos y adultos mayores que viven solos. A compartir los rincones de la casa con ellos si viven en familia, valorando que ellos sí vivieron seguramente el horror de la impotencia. Además, animo a valorar positivamente la abstinencia de nuestra hiperactividad cotidiana, sin remedio, parar y sentir, ayudando a los nuestros, hijos, pequeños o grandes a disponer de ellos mismos para acercarse a sus tiempos libres sin temor ni huir del aburrimiento, sino a afrontarlo y darle forma grata. También sería positivo que no nos sometiéramos a la sobreinformación, esforzándonos en recobrar lo lúdico que cada uno aprendió o puede dejarse enseñar por los otros, sin olvidarme, además, de lo necesario e importante que es para nuestro equilibrio emocional el saber estar consigo mismo sin que los otros sean imprescindibles para cada momento. Quiero mencionar incluso, que en este tiempo de crisis no es momento de abrir discusiones enquistadas de pareja ni cuestiones relacionales problemáticas o crónicas con los hijos u otros familiares de interés relacional, sino que es momento para pensar en positivo, hacer fácil la vida a los otros, no caer en la impulsividad del grito ni del golpe. El primer principio sería no dañar. Organizar la cotidianeidad con horarios y, si estamos en familia, procurar encuentros rutinarios que forman parte de nuestra cultura: comer y cenar juntos, saborear las sobremesas de vez en cuando, facilitando ese aprendizaje a los más pequeños o a los adolescentes que buscan perderlo. Ser flexibles con el malestar del otro. Y si el síntoma angustioso surge, buscar ayuda, hablar de lo que se siente, participar en las conversaciones de cualquiera de las formas que hoy tenemos a mano y evitar congelarse emocionalmente.

Buscar la calma está dentro de nosotros. Atornillar y sujetar el miedo. Animar a los otros. La música que nos hizo soñar, y la risa que disminuye el horror. Y sigamos cada mochuelo en nuestro olivo. Porque la vida seguirá. No hay duda.

La autora es psicóloga clínica y terapeuta en CSM 1ª A, Osasunbidea