Que las fiestas de San Fermín están indisolublemente ligadas a la música es algo que nadie que las haya conocido mínimamente podrá discutir. Las charangas, los txistularis, las verbenas, los músicos callejeros, las peñas, las orquestas, las jotas, los gaiteros, las dianas, las rancheras… ¿Quién podría imaginarse unas fiestas sin alguno de estos elementos? Y, del mismo modo, ¿quién podría imaginarse unos Sanfermines sin conciertos? El anuncio del cartel de actuaciones organizadas por el Ayuntamiento es uno de los primeros actos que recuerdan, allá por el mes de mayo y antes de que empiecen a colocar el vallado, que la ciudad se acerca peligrosamente a su semana más esperada. En cuanto se conoce el listado de artistas se abre la misma polémica de todos los años en la que, inevitablemente, cada cual arrima el ascua a la sardina de sus propios gustos personales. Lo que hasta hace unos años no era más que una animada discusión dentro de la cuadrilla o en la barra de un bar, ahora se ve amplificada por el altavoz de las redes sociales. Pero, dejando al margen las polémicas estériles de los nombres propios, cabe preguntarse si unas fiestas que son, para muchos, las mejores del mundo, poseen una oferta musical a la altura de sus pretensiones.
Ya en los años sesenta, algunas piscinas como el Campo de Deportes Larraina, el Club Natación o el Club Tenis empezaron a organizar para sus socios actuaciones de artistas punteros como Massiel, Rocío Jurado, Bertín Osbone o, ya en los ochenta, Duncan Dhu o Mecano. Dentro de estos conciertos, fue sonado el de Los Pecos, que en noviembre tienen previsto actuar en el Navarra Arena y que, según cuentan las crónicas, en 1980 tuvieron que abandonar precipitadamente el escenario de Larraina bajo una lluvia de objetos que incluía tomates, huevos, botellas y algunas (hoy tan añoradas) pesetas. Fue en la década de los noventa cuando todos estos clubes dejaron de organizar sus conciertos; las costumbres habían cambiado y el público ya no acudía como antaño.
Unos años más tarde, a principios del nuevo siglo, otra iniciativa privada, y de pago, se unió a la oferta musical de la ciudad. Se trataba de la llamada Carpa Rojilla, que se ubicaba entre el estadio de El Sadar y las antiguas piscinas de Osasuna, aproximadamente en el mismo lugar que hoy ocupa el Navarra Arena. La organizaba la empresa Factoría de Fiestas, que también se encargaba de la carpa Interpeñas en las fiestas del Pilar de Zaragoza. Durante los Sanfermines de 2004 y 2005, por allí pasaron artistas de tanto renombre como Extremoduro, El Canto del Loco, Mägo de Oz, Fito & Fitipaldis, Hombres G, Ska-P… Aunque muchos de los grupos eran de primerísima línea, la iniciativa no logró consolidarse dentro de la tradición sanferminera y muchos de los conciertos registraron asistencias bastante pobres. Analizados hoy, los motivos pueden ser variados, pero hay dos que se antojan inapelables: por un lado, la ubicación, tan alejada del centro de la ciudad, que es donde está el meollo de la fiesta; por otro, el hecho de ser actuaciones de pago, cuando el programa oficial ya ofrece un buen número de conciertos gratuitos.
Y es que, desde hace décadas, el modelo que se ha institucionalizado en San Fermín es el de las actuaciones al aire libre y sin entrada. En los últimos años ha habido ciertas variantes: tradicionalmente, se apostaba por música para público joven (pop y rock) en la Plaza de los Fueros y orquestas o artistas más generalistas en la Plaza del Castillo, pero, desde 2023, la Plaza del Castillo alberga los conciertos grandes y la de los Fueros acoge sesiones de DJ para público joven. Independientemente de su ubicación, la constante en estos conciertos ha sido la mezcla de grandes artistas nacionales (La Oreja de Van Gogh, Bunbury, Camela, Jarabe de Palo, M Clan, Loquillo, Los Secretos, Fangoria…) con otros de la tierra (Barricada, Txarrena, El Drogas, Koma, Iseo & Dodosound, Vendetta, Zetak, Berri Txarrak, Gorka Urbizu…). Muchos de los mencionados consiguieron abarrotar los lugares en los que tocaron (Plaza de los Fueros o Plaza del Castillo).
Dentro de este patrón, hay quien echa de menos algún nombre “grande” internacional. Hace unos años se extendió el rumor de que se estaba intentando traer a Guns n’ Roses y, en otras ocasiones, las lenguas viperinas mencionaron a Bon Jovi o incluso a The Rolling Stones. Por supuesto, soñar es gratis y expandir bulos, por lo visto, también. La dificultad de contratar a un artista de semejante calibre radica, evidentemente, en su caché. Guns n’ Roses, por ejemplo, cobra por concierto en torno a tres millones de dólares (en ocasiones, más), una cantidad que supera todo el presupuesto destinado para música en las fiestas completas.
Así las cosas, mejor disfrutar de lo que tenemos y no fantasear con imposibles. Este año, por el escenario principal desfilarán artistas como Rozalén, Kaotiko, Leire Martínez o Villano Antillano. Además, en la Plaza Compañía habrá presencia local (Kokoshca, Bourbon Kings, Kiliki…) e internacional (Zombies in Miami, Chocolate Rmx, Mystery Lights…), apostando por géneros como la electrónica, el country, el jazz o la psicodelia. Sin olvidar, por supuesto, las jotas del Paseo Sarasate, los bailables tradicionales de la Plaza del Castillo, las verbenas de Antoniutti y la Plaza de la Cruz, así como las infinitas melodías que brotarán de cada esquina de la ciudad a partir del 6 de julio. Porque unas fiestas sin igual también merecen unas músicas sin igual.