l pequeño bicho ha puesto el mundo patas arriba y hoy millones de personas están confinadas y la economía en grave riesgo. Seguramente, es el momento de arrimar el hombro cada uno desde el puesto que le corresponde y admirar a los que se sacrifican por acabar con el bicho, sanar y cuidar a los enfermos y permitir que lleguen a los hogares los productos para cubrir necesidades básicas.

Pero también es momento de reflexión, ya que para una mayoría hay muchas horas de confinamiento en los hogares.

Lógicamente, la primera reflexión hace referencia a nuestra vulnerabilidad. Creíamos que dominábamos el mundo con nuestra tecnología y un pequeño bicho nos ha demostrado nuestra insignificancia.

También deberíamos reflexionar sobre nuestro tipo de vida: el consumismo nos domina, pero al mismo tiempo es, si no el principal, uno de los motores de la economía. Vivimos en grandes ciudades duras e inhóspitas, que generan un exceso de contaminación, tráfico, problemas de suministros, residuos, etcétera, y al mismo tiempo abandonamos la mayor parte del territorio de los países.

Deberemos repensar nuestro modelo económico. En los últimos años ha reinado la economía (y la ingeniería) financiera, y sobre todo el pelotazo. Era el ambiente general. ¿Pero cómo se ha llegado a esta situación? ¿Qué tipo de dirigentes económicos se forman en las universidades y escuelas de negocios? ¿Qué se les enseña? Esta obligación de crecer y ganar cada año más ha modificado los sistemas de producción y hoy nos damos cuenta de que hemos abandonado hasta los productos estratégicos. Deberíamos recordar que tras la segunda guerra, en el nacimiento de lo que hoy es la Unión Europea, entre sus objetivos principales estaba evitar una nueva guerra y garantizar la comida. De ahí la importancia que desde entonces ha tenido la política agraria en la UE.

En esta economía hemos despreciado los trabajos no financieros y esto me recuerda un libro que leí hace unos meses: Trabajos de mierda: una teoría, de David Graeber. Su tesis es que se han valorado en exceso los trabajos que, según el autor, no sirven para nada, y no se valoran ni pagan los más importantes: cuidado de mayores, sanitarios, enseñanza, etcétera. Ahora nos damos cuenta de la importancia de muchos trabajos mal retribuidos.

Otro libro cuya lectura me hizo pensar fue Contra las elecciones: cómo salvar la democracia, de David van Reybrouck. Su tesis es que para que la democracia funcione en vez de elecciones debería elegirse el legislativo por sorteo. De esta manera, ante los problemas se pediría opinión a los expertos y la decisión no estaría sujeta a las dependencias de los profesionales de la política. Y algo de esto se está produciendo en todos los países cuando todos los dirigentes recurren a los científicos.

Supongo que cuando esto acabe muchas cosas cambiarán: las empresas y los países tendrán que reconsiderar cuáles son sus materias estratégicas que no pueden abandonar; la valoración de trabajos como los relacionados con la sanidad, suministro de comida (agricultores y ganaderos, transportistas, dependientes de tiendas de alimentación….), limpieza de las ciudades, suministros de agua, energía..., investigación, enseñanza...; la valoración de los servicios públicos; seguramente estaremos mucho más controlados y comprenderemos la importancia de las cosas gratuitas: el sol en la cara, el roce del viento, un paseo por el monte o la playa o una reunión de amigos o familia y los abrazos de nuestros seres queridos. Pero la experiencia me dice que los cambios sociales son muy lentos y las personas, quizá por supervivencia, olvidamos muy pronto los malos momentos y regresamos a la vida anterior.

Espero y deseo que entendamos que la economía está al servicio de las personas y no al revés, y que no volvamos a tener que escuchar frases como la que ha circulado por las redes diciendo que “los ancianos son un problema para la economía”.

Mi propuesta final es que, igual que por suscripción popular hace un siglo se levantó junto al Palacio de Navarra el Monumento a los Fueros, como símbolo y recuerdo de un momento que unió al pueblo navarro, ahora, en el otro lado del paseo, junto al Parlamento, se erija otro, como homenaje a todos aquellos que se han sacrificado para que podamos superar este difícil momento histórico y permanente recuerdo a nuestros representantes para que, cuando legislen, no olviden esta experiencia y sepan recuperar el valor de lo común.

El autor es economista