ivimos malos tiempos, malos tiempos para la moderación. Y sin embargo, y pese a quien pese, la moderación es el único camino. Decía Ernest Hemingway que: "El hombre puede ser destruido, pero no derrotado". Me gustaría poder compartir esa afirmación en su totalidad. Porque el virus ha destruido vidas, nos ha obligado a limitar nuestras libertades, ha dejado tocada nuestra economía, pero no nos ha derrotado. Sin embargo, lo que no ha conseguido el virus, derrotar a la humanidad, puede conseguirlo una acción política irresponsable, cortoplacista y ciega como la que, por desgracia, pero por voluntad propia de grupos políticos sin alma, estamos presenciando, estamos sufriendo más bien, sobre todo estos últimos días.

Esta crisis ha sacado lo mejor y lo peor de todos nosotros y está dejando en evidencia ante la sociedad a quienes anteponen sus intereses y sus bajezas personales o partidarias al bien común. ¡Y la ciudadanía no da crédito a lo que está viendo! Para mí la política es entrega y vocación de servicio. Es compromiso con la ciudadanía, que nos exige actuar con serenidad, con rigor, con sensatez; desde la humildad, desde el reconocimiento de que no hay un manual para afrontar sin dudas y sin vacilaciones algo tan nuevo, un fenómeno tan total como la crisis del coronavirus, que nos ha sobrepasado. Sobran totalmente los posicionamientos soberbios de quienes aparentan tener todas las respuestas, cuando muchas veces ni siquiera sabemos formular con acierto las preguntas.

La política nos exige también no ser erráticos en las decisiones, no marear a la gente. Ya sé que es difícil mantener el discurso cuando la situación cambia cada minuto. Pero tenemos una gran responsabilidad cuando se debe marcar qué se puede hacer y qué no. Y, reconozcámoslo, ha habido situaciones en las que ni la ciudadanía ni las distintas policías al mando sabían realmente cómo actuar. Y se han dado casos de actuaciones en las que han aflorado el racismo, la xenofobia y el rechazo a inmigrantes y refugiados. Frente a ello, afortunadamente, las mujeres y los hombres de este país están dado muestras de un enorme sentido común y de una solidaridad sin límites. No lo olvidemos nunca. Surgirán más pandemias, sin duda. Y por eso tenemos una responsabilidad compartida en esta crisis. Necesitamos un gobierno responsable, sí, pero también una oposición que esté a la altura. Debemos huir como de la peste, nunca mejor dicho, del Reñidero en que unos y otros estamos convirtiendo la política y que tanto daño, tanto estupor, está causando entre nuestros ciudadanos y ciudadanas.

Publiqué un artículo el 2 de mayo en el que aludía a lo que Borkenau llamó "el reñidero español", reñidero que ahora se nos vuelve a mostrar en toda su crudeza. El escenario principal de ese reñidero está en Madrid; los líderes de los partidos mayoritarios son los generales al mando; los grandes medios de comunicación ejercen de artillería€ y entre todos han convertido irresponsable e irrespetuosamente a las personas fallecidas en armas arrojadizas de unos contra otros. Porque, mientras tanto, la población confinada en mayor o menor grado, intoxicada por ambos bandos con sobredosis de información y manipulación, tanto por los medios de comunicación como por las redes sociales, es la sufrida infantería involuntaria del reñidero. La que paga los platos rotos.

Dije hace casi un mes y reitero ahora, en plena desescalada, que para salir de esta situación, necesitamos que gobiernos y oposiciones, el conjunto de la sociedad, tengamos objetivos comunes y horizontes compartidos. Tenemos la responsabilidad de evitar que se abra más aún la enorme brecha existente entre la sociedad y sus representantes. Si queremos superar la crisis sanitaria, económica y social a la que nos ha abocado el virus, debemos salir de la política de bandera partidista y de trinchera mediática; debemos salir de esa batalla político-mediática y encontrarnos, con pleno convencimiento, en el consenso y el pacto. Como lo han hecho en muchos ayuntamientos de nuestra geografía. Con unidad, unidad que no quiere decir uniformidad. Porque, ¿cree alguien que de verdad se puede reconstruir un país entre adversarios que han decidido convertirse en enemigos y actuar como tales? Por otro lado, me alegro al ver que personas desde posiciones ideológicas distintas como Ana Oramas, José María Lasalle, Iñaki Gabilondo, Federico Mayor Zaragoza, Daniel Innerarity, y hasta Santiago Segura en twitter, entre otros, coincidimos en la necesidad de desactivar esta escalada de odio que estamos viviendo las últimas semanas.

Estoy seguro de que la presidenta María Chivite suscribe también esta idea de la necesidad de desescalar el tono de la política. ¿Lo hace también UPN? ¿Lo hace Pablo Casado? ¿Lo hace el presidente Sánchez o su gobierno? ¿Lo hacemos quienes nos dedicamos a la política? No lo sé€ pero animo a todos a que lo hagamos, a que abandonemos las trincheras y transitemos por el consenso, un consenso que devuelva la sensatez a la política para no volver a las dos Españas. Nos va la vida en ello. Sin consensos políticos básicos no hay futuro. Porque si no restauramos el consenso, el virus ganará esta partida maldita. Y es que no puedo evitar la desagradable sensación de que este reñidero es algo deseado, creado, alimentado y reproducido consciente y voluntariamente por los partidos mayoritarios. Por eso pregunto: ¿qué beneficios esperan obtener de chapapotear en el insulto permanente? ¿Qué réditos esperan obtener de alimentar la sospecha sin fin y la desconfianza eterna? ¿Qué esperan ganar de propagar el odio irracional? ¿Se siente alguien cómodo en esta guerra? Las ciudadanas y los ciudadanos, ¡no! ¡Basta ya! ¡Basta ya de enfrentamientos estériles! Es el tiempo de la política, del debate, de la negociación y el consenso, sin equidistancias, sin insultos y sobre todo, sobre todo, sin odio. Un importante número de ayuntamientos navarros ha abordado la crisis desde el consenso y la unidad en sus corporaciones. Si lo han visto así de manera natural las instituciones más cercanas a la ciudadanía, ¿no deberíamos imitarles en el resto de las instituciones?

Democracia, mentiras, insultos y odio deberían ser, son, incompatibles.

El autor es senador autonómico de Navarra (Geroa Bai)

Debemos huir como de la peste, nunca mejor dicho, del 'Reñidero' en que unos y otros estamos convirtiendo la política

¿Cree alguien que de verdad se puede reconstruir un país entre adversarios que han decidido convertirse en enemigos y actuar como tales?