imos en el artículo de las primer@s emple@das que las siete señoritas escribientes más los cinco primeros empleados y el subdirector interino contaban con una única máquina de escribir para todos. Pero€ ¡atención!, todo funcionaba a las mil maravillas.

Las escribientes escribían en las cartillas de ahorro -con esa letra redondilla tan clara- la cantidad ingresada o retirada y el saldo resultante, tanto en número como en letra. Y lo hacían por duplicado para que constase en la cartilla del titular y en la copia idéntica que guardaba la Can. Pero aunque hoy a nosotros eso nos resulte altamente engorroso, no era lo peor ni mucho menos. Pensemos en las operaciones de sumas y restas de cantidades; en los cálculos de porcentajes sobre cantidades con céntimos, y sobre todo el cálculo de los intereses por días, semanas o años. Ellos carecían de calculadoras, sólo tenían sus cerebros para hacerlos funcionar. Cerebros más trabajados y por ello más ágiles. Ya lo descubrió La March: si el órgano no se ejercita tiende a atrofiarse.

Por eso, en el acta de la Comisión Permanente de la sesión celebrada el 24-IV-1930 podemos leer: "Como en las últimas oposiciones verificadas los ejercicios serán de: suma (según me contó mi abuela, eran cifras kilométricas, como DNI o más largas, que habían de sumarse tanto horizontal como verticalmente), de cuentas corrientes, problemas de cálculos y contabilidad".

Cierto es que la normativa, para facilitar esos cálculos, establecía que la capitalización no era por días sino por quincenas, y que el año financiero o bancario tenía sólo 360 días, pero a pesar de ello el engorro era tremebundo, pues obligaba a que cada cálculo lo realizaran dos personas para así intentar minorar los inevitables errores.

El 27 de junio de 1922 la Comisión Permanente del Consejo de Administración de la Can "acuerda comprar una máquina de sumar marca Internacional por 2.350 pesetas".

La maquinita en cuestión al parecer sólo sumaba, pero costaba más que las 2.000 pesetas anuales que ganaban los empleados que, por oposición, habían entrado en la Caja cuatro meses antes. Menos mal que el representante de la casa de las máquinas sumadoras renunció a su comisión de venta en favor de la Caja, que ascendía nada menos que a 350 pesetas, ¡menudo pico y menuda generosidad por su parte! Qué poca demanda de máquinas de sumar debía de haber, de ahí que la comisión de venta fuera tan abultada.

Ahora todo se hace a máquina porque máquinas son los teléfonos que suman, dividen, pagan, etcétera, pero las cosas no han cambiado tanto como parece, pues el año bancario sigue en 360 días, ya que la ley promovida por el ministro navarro Solchaga así lo permite. Lo cual, ¡ahí es na!, le da un rendimiento adicional a las entidades financieras españolas de unos 1.300 millones de euros cada año al calcular los intereses de los préstamos.

Y a mano tendrán que firmar la carta abierta a la presidenta foral aquellos añosos que no dominen la informática o que no dispongan de un teléfono con acceso a internet en el cual sus nietas/os/sobrinas/os les ayuden a enviarla y, a una mala, a imprimirla para que ellos la lleven después al correo o a su Ayuntamiento, para que, éste, a su vez, la haga seguir a la presidenta del Gobierno de Navarra.

La informática todo lo abarca, todo parece cambiar pero€ la Banca sigue ganando siempre, tanto en lo que toca como en lo que no. Por eso entonces, hace 99 años, se distinguía -pero que muy bien- entre bancos y cajas. Ya hablaremos de ello otro día.

El autor es promotor de la refundación de la Can, notario jubilado y nieto del director gerente de la Can desde 1921 a 1950