as temperaturas registradas este año en invierno y primavera en Siberia y en verano en el Océano Ártico dan cuenta del desmesurado calentamiento global que está sufriendo la Tierra y que, a buen seguro, continuará en el conjunto del planeta durante el resto del siglo. Las anomalías de temperatura respecto al periodo preindustrial en vastas zonas del hemisferio norte no sólo superan con creces el famoso grado y medio del acuerdo de París sino que alcanzan el doble e incluso más del triple de esa cantidad. Valores esperables para finales de siglo ya están aquí y no sobre una pequeña región sino sobre millones de kilómetros cuadrados de extensión. Este año se ha registrado ya una ola de calor extrema y persistente sobre el Ártico que ha dejado récords de temperatura en Siberia, Canadá y las Islas Svalbard, el colapso del segundo mayor banco de hielo del Ártico, nuevos registros punteros en el derretimiento del hielo marino, un extraordinario deshielo del suelo congelado en latitudes septentrionales y una temporada de grandes incendios forestales sin precedentes en Siberia, superando claramente al excepcional verano de 2019. Estos dos últimos fenómenos producen además enormes liberaciones naturales de gases de efecto invernadero retroalimentando las propias emisiones de origen humano. Paralelamente la ciencia va demostrando poco a poco que las implicaciones del calentamiento en las latitudes altas de nuestro hemisferio, que actúan de epicentro del cambio climático planetario, son y van a ser cada vez más globales.

La transición a un nuevo estado climático en el Ártico es ya una realidad. La ruptura de la estabilidad del clima global de la que hemos gozado en los últimos milenios, y que ha permitido el desarrollo y avance de las civilizaciones, constituye ciertamente una amenaza actual y nos deja un futuro demasiado incierto, en el que los modelos climáticos tratan de anticipar algunos efectos y procesos a los que tendremos que enfrentarnos y adaptarnos. Aún es más inquietante que las proyecciones a futuro que dibujan precisamente esos modelos climáticos van a quedarse, con seguridad, muy cortas, al menos en el caso de los escenarios más ambiciosos.

Ahora que estamos aprendiendo a percibir y convivir con los riesgos de una amenaza global como es la pandemia del covid-19, deberíamos reflexionar acerca de qué pueden aportarnos las circunstancias presentes y la adaptación a las mismas para afrontar la crisis climática y sus riesgos derivados. Aunque actúe a una escala temporal diferente, es necesario llamar la atención sobre los paralelismos entre la actual situación global marcada por una pandemia que afecta a todo el planeta y la crisis climática y medioambiental que está explotando en algunas zonas de la Tierra. En primer lugar, a principios de año pensábamos que lo que sucedía en China era algo lejano e improbable pero finalmente hemos acabado viviéndolo algunos meses después. Del mismo modo el clima del planeta está interconectado y aunque sintamos que los fenómenos extremos y las alteraciones a miles de kilómetros de nosotros no tienen nada que ver con nuestra realidad climática, caracterizada por una fuerte variabilidad meteorológica y una considerable variación estacional, los desequilibrios y las señales climáticas se extienden en el espacio y en el tiempo. Aumenta el conocimiento sobre los cambios originados por la fusión de los hielos y el calentamiento ártico en los sistemas de presión atmosféricos y en los patrones de circulación de corrientes marinas que, respectivamente y a la vez, afectan al tiempo del día a día y regulan las características climáticas de la zona en la que vivimos.

Segundo, del mismo modo que apelamos a la responsabilidad individual y al comportamiento de la ciudadanía para frenar la expansión del virus podríamos empezar a plantearnos cuáles de nuestras acciones pueden significar una contribución a minimizar los efectos de fenómenos que suponen un riesgo en el futuro y que, conocemos ya hoy, tienen una probabilidad no desdeñable de ocurrencia. Lo que hagamos hoy influirá inevitablemente en lo que sufrirán las generaciones más jóvenes en unos años. Una de las claves es sin duda la concienciación y sensibilización ciudadana. En la actual crisis sanitaria la sensación general es que, sea por desconocimiento, falta de preparación o cualquier otro motivo, las decisiones y actuaciones se toman sobre la marcha y bajo cierta descoordinación. Sin embargo, ahora hay tiempo para concienciarse y actuar en consecuencia teniendo en cuenta los escenarios que arrojan nuestros modelos climáticos y los millones de datos diarios que obtenemos con los sistemas de observación y que nos sirven para monitorizar el estado actual del planeta. Al hilo de esto último, aunque las estrategias de mitigación y de transformación energética adoptadas desde un punto de vista nacional y/o local deben estar en el centro de las agendas políticas, la adaptación a un clima cambiante va a ganar cada vez más protagonismo. En ambos aspectos, mitigación y adaptación, lo que empecemos a hacer ya de manera individual cuenta y debería ya impregnarse de un sentido colectivo y solidario.

Y por último está el papel de la ciencia. Al margen de las investigaciones y el trabajo en las disciplinas médicas, la historia enseña que uno de los ejes de la verdadera protección ante los virus pivota en torno al intercambio de informaciones científicas fiables. Sin embargo, lo que quizá no ha sucedido otras veces a la hora de luchar contra amenazas globales es la posibilidad que brinda la aplicación del actual desarrollo y auge de las ciencias de datos para hacer frente a todo tipo de problemas (sociales, económicos, sanitarios, etc.). Algunos lo han denominado el quinto estado de la materia y es que actualmente el uso y la gestión de los datos suponen probablemente uno de los recursos más valiosos. Algunos piensan que el valor añadido que puede obtenerse de la aplicación de la ingeniería y el análisis de datos para enfrentarse o minimizar los efectos de los riesgos globales es incluso superior al que puede aportar el conocimiento derivado de modelos físicos o epidemiológicos. Los datos climáticos y, por extensión, de observación y teledetección del medio ambiente terrestre, ya están contribuyendo claramente a prepararnos para el futuro. En algunos sectores como en la agricultura, la digitalización y los adelantos en forma de nuevos sensores más avanzados o la monitorización mediante drones y satélites así como el empleo de la tecnología enfocada al tratamiento de los datos obtenidos sirven para mejorar la gestión y adaptación al cambio climático de las operaciones agrícolas. Es lo que se denomina agricultura 4.0.

El autor trabaja en la Agencia Estatal de Meteorología y es representante de España en el programa de evaluación y monitorización para el Ártico

Es necesario llamar la atención sobre los paralelismos entre la actual situación global marcada por una pandemia que afecta a todo el planeta y la crisis climática y medioambiental

En la actual crisis sanitaria la sensación general es que, sea por desconocimiento, falta de preparación o cualquier otro motivo, las decisiones y actuaciones se toman sobre la marcha y bajo cierta descoordinación