l racionalismo que, queriendo dominar las cosas, es dominado por ellas (por el deseo del beneficio)", en Jan Patocka, conduce irremisiblemente al deseo de una panóptica protección cuyo centro decisorio se encuentra en los aparatos de control enmascarados por el poder. Un demónico personaje de la escena política como, por poner un ejemplo, Trump, lo sabe muy bien. Por ello la clave de su discurso conducente al éxito no radica tanto en la defensa del statu quo de la riqueza -que para ello ya se valen los demócratas-, como de la garantista previsora aspiración para la población blanca desfavorecida de una ilusoria promesa donde el anhelo al disfrute del bienestar individual dentro de la comunidad de pertenencia puedan cumplirse y llevarse a cabo. Un argumento propio del populismo es el de defender el interés explotador del dinero haciendo ver que se defiende a través del de los explotados, fundamentada en la prusiana constatación de Hegel de que el pueblo es "aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere".

El efecto primero del enmascaramiento siempre y en todo lugar es perturbador. Patocka defendía estar del lado de la perturbación y en contra de la cotidianidad reglada mediante un organizado tedio basado en el avituallamiento de lo previsible por habitual. Lo fundamentaba en la quiebra dada entre el período considerado como histórico frente a la transicional pre-historicidad, de la quietud frente al movimiento, constatado por la diferencia entre la mentalidad de lo evidente de la primera y lo pre-sintiente de la última.

Ver ya es en sí mismo un sentido, mientras el presentir tiene que ver más con ese lado oculto del conocimiento al que no se agencia la lógica pero sí la divinidad. De modo que desde tan básica premisa pueda derivarse una explicación al endiosamiento de líderes como el norteamericano, puesto que su acción no se basa aparentemente tanto en el supuesto saber como en una presunción de conocimiento que ni tan siquiera le es propio. Por ello el filósofo checo reclama la condición perturbadora del sentido que diera origen al filosofar, y con ello al reclamo de la búsqueda de la Verdad como la aportación más reseñable del Occidente. Y siguiendo esa línea habrá de constatar el que: "La posición privilegiada de la política depende del hecho de que la vida política, bajo su forma original y primordial, no es sino esta libertad activa (a partir de la libertad por la libertad)".

En definitiva, que aunque el higiénico enmascaramiento no afecte directamente a nuestros derechos, tal y como afirman los componentes de nuestra habituada clase dirigente, sin embargo no deja de constituir signo de presunción de un aciago futuro a encarar. Y esto último sin perder de vista el que, por si acaso, la verdadera máscara del poder nos hace creer en la paz preparándonos para la guerra, bajo la consideración de que bien pudiera ser de condición tradicional, púnica, o más actual, bacteriológica y atómica. En todas ellas la máscara también tuvo y tiene una operativa y funcional presencia que Lévi-Strauss, en La vía de las máscaras, reclamara no tanto de la representación como de la transformación. Pero también, y conviene no olvidarlo, la vía de las máscaras, en la expresión de Hegel adoptada por Bloch, es "Proteo, que se metamorfosea y disimula de mil maneras, un reino de máscaras supremamente agitado" con el que se pretende disolver el imaginario local en la consumista civilización presente.

El autor es escritor