ice el diccionario que descreídas son aquellas personas sin creencia, porque han dejado de tenerla.

Día a día compruebo que el número de descreídos aumentan exponencialmente desde que esta pandemia apareció en nuestras vidas, y son especialmente preocupantes los descreídos de todo, de la política, de la ciencia, de la esperanza, de la vida.

No negaré que, en tiempos de incertidumbres, de escasas certezas, éste sea un camino cómodo al que parece nos empujan con fuerza.

Para los descreídos de la política tengo pocas razones convincentes, pocos argumentos, ya que los empujones en dirección al mundo de los descreídos provienen, en mi opinión, no solo, pero sí principalmente de nuestra clase política y un número cada vez más numeroso de medios de comunicación que están alejados de la vida y de su realidad, y que se empeñan en contárnosla como a las clases dirigentes les conviene.

Es bochornoso comprobar cómo en tantos lugares de aquí y de allí los problemas reales agudizados por la pandemia, la pobreza, cómo llegar a fin de mes, la eventualidad laboral o la falta de trabajo, el acceso a la vivienda€, están fuera de la agenda real.

Hay una evidencia por encima de todas, y es que la vida y su realidad es como es y no como las clases dirigentes se empeñan en que sea, éste es el abono para los descreídos que dejamos de creer en quienes tienen el poder y, lo más grave, tienen el deber de tomar decisiones por el bien común. Que esto suceda es tan grave como preocupante.

El poder de convencimiento, de persuasión que se han ganado a pulso muchos de nuestros representantes es nulo, ya que están ensimismados en sus luchas partidistas en lugar de generar unidad, dividen y confunden todavía más, esto es inaceptable y es lo que menos necesitamos.

Pero lo más preocupante es que en esta ocasión no solo están los descreídos con la clase dirigente, sino que el tratamiento que estamos dando a esta pandemia ha extendido a los descreídos hacia la ciencia y otros sectores que al menos antes gozaban de la confianza de los ciudadanos y eran parte de nuestras certezas, de nuestro suelo sólido sobre el que caminábamos.

Como en otras ocasiones cuando intento analizar la realidad que me rodea, me hago la pregunta de: ¿a quién beneficia lo que sucede? En este caso, ¿a quién beneficia una sociedad de descreídos? Tantas veces he descubierto que detrás de esta respuesta están algunos de los culpables de su propagación, que siempre propongo su formulación.

Una sociedad descreída es una sociedad débil, y la debilidad es siempre aprovechada por el poderoso, descreídos, desunidos y sin liderazgo somos presa fácil para ellos.

Es el aumento de los descreídos en la ciencia el que en este momento debe preocuparnos especialmente, la última encuesta del CIS nos cuenta que un 48,3% de los encuestados recela de la vacuna, y muchos alardean de que se negarán a ponérsela en un futuro.

Así como me cuesta encontrar razones para convencer a los descreídos de la política, aquí quiero deciros que estáis equivocados y que la renuncia a la esperanza de la que hacéis gala es peligrosa, injusta e incierta.

Soy voluntario directivo de Unicef y conozco bien los beneficios de las vacunas en el mundo, y como dice mi amigo, el doctor Amós, presidente de la Asociación Española de Vacunología, "lo único de lo que son culpables las vacunas es de evitar enfermedades y muertes".

En Unicef acabamos de informar que almacenaremos hasta final de año 500 millones de jeringuillas para preparar las futuras vacunaciones del covid-19, un trabajo preparatorio inicial en colaboración con la OMS y GAVI, que incluirá la adquisición de embalajes de seguridad para las jeringuillas y la implementación de sistemas de cadena de frío que se aseguren el transporte y entrega de vacunas en perfecto estado.

Tan pronto como una vacuna supere los ensayos clínicos y sea aprobada y recomendada para su uso, el planeta necesitará de igual número de jeringuillas que de dosis para la vacuna, por lo que éste es un plan que incluye la compra de más de mil millones en 2021 y que garantizará el suministro inicial que ayudará a que las jeringuillas lleguen a los países de destino antes que la vacuna del covid-19.

Soy por naturaleza optimista, y pienso que quizá no seamos descreídos, sino más bien estemos desorientados, a mí por lo menos me define mejor desorientado que descreído, porque sigo en busca de referentes positivos porque sé que la confianza es fundamental para superar juntos una crisis como la que hoy vivimos.

La gente no entiende o no quiere entender porque no cree a quien trasmite el mensaje, no creemos al mensajero, pero lo que todos sabemos es que es muy importante recuperar esa confianza perdida, porque una sociedad descreída no tiene futuro.

Sabemos que en esta pandemia dependemos de las decisiones de otros, de que los demás también sean responsables, se cuiden y respeten las medidas sanitarias, de que las autoridades acierten en sus decisiones, del compromiso de los medios por informar honestamente, de las empresas para cuidar el trabajo y el bienestar de sus trabajadores, en resumen, dependemos unos de otros, y para esto ser un descreído militante es un problema añadido.