ientras en Europa asistimos al desarrollo de la segunda ola del covid-19, en el continente africano la emergencia más fuerte, ahora, parece ser la deriva económica de esta pandemia. A mediados de noviembre conocíamos la noticia de la llegada masiva de inmigrantes africanos a Canarias, la mitad de ellos marroquíes, primero en octubre 5.500 y luego en noviembre unos 7.500 inmigrantes. Así nos lo relata Ami Faye desde Mbour, Senegal, centro neurálgico de pesca, cuando comenta que "este lugar está muerto, no hay pescado, no hay turistas, han cerrado casi un centenar de pequeños negocios dedicados al turismo. Los balnearios de la zona, Sally y La Domone, que daban trabajo a muchos lugareños, están cerrados. Ves a todos estos jóvenes deambulando todo el día de un lugar para otro o sentados mano sobre mano sin hacer nada. Yo mismo les animo a que emigren y salven el honor de la familia". La ciudad de Mbour se ha convertido hoy en día en el origen de los cayucos que marchan hacia Canarias siguiendo la ruta atlántica, menos vigilada que la del Estrecho, en la que han muerto más de 600 personas en los últimos meses. África, un continente en el que antes del golpe del coronavirus se concentraban ocho de las quince economías de mayor crecimiento del mundo y ya arrojaba hacia el Viejo Continente unos flujos de migrantes de difícil gestión, es de suponer que ante un revés como el que se pronostica a causa del covid-19, estos flujos se intensificarán si no le proporcionamos desde Europa la debida ayuda asistencial, económica y financiera.

Para la economía africana esta crisis sanitaria global representa un shock a triple escala: por un lado, el parón de la actividad económica en Europa ha originado un descenso en el envío de remesas de los emigrantes, cruciales para algunos países como islas Comoras, Lesoto, Gambia, Liberia y Cabo Verde y, por otro, el descenso acusado del turismo, que representa entre un 9 y 10% del PIB y del empleo, respectivamente, en África, sobre todo en países como Marruecos, Túnez, Kenia y Uganda, o en estados insulares como Mauricio, Seychelles, Comoras y Cabo Verde. El continente ha perdido por la pandemia unos ingresos de 50 mil millones de dólares. Amén de todo ello hay que añadir una brusca caída que ha experimentado el precio de las materias primas, desde el petróleo al cacao o el café, muy importantes para países como Nigeria, Angola, Argelia, Libia, Egipto y Congo, entre otros y, por último, las desinversiones que se están haciendo por la pandemia por parte de la Unión Europea y China. Así, por ejemplo, en la pasada primavera, el confinamiento y posterior parón económico europeo interrumpió las cadenas globales de valor. Por ello, en Kenia se destruyeron toneladas de flores que tenían como destino ser exportadas a los mercados europeos y que no tuvieron salida en los mercados regionales africanos.

Todo ello está configurando un coctel explosivo en el tiempo de inacción lenta pero constante. Llevamos nueve meses de pandemia y faltan por lo menos otros tantos para despejar un poco el horizonte económico global, por lo que el peligro de explosionar es alto y puede producir una oleada de inmigrantes de proporciones inusitadas. No hay más que recordar aquí el problema originado en Canarias con unos miles de inmigrantes hace unos días.

Para Europa, la visión de una catástrofe colosal al sur de sus fronteras debería ser vista como una emergencia propia no solo por cuestiones humanitarias, sino también por propio interés. Como muy bien lo planteó el presidente Emmanuel Macron al principio de la pandemia exigiendo la moratoria cuando no la cancelación de los intereses de la deuda externa africana. A medida que pasa el tiempo, cada vez son más numerosas las voces que advierten de la necesidad de prestar un rápido auxilio a África para que pueda sufragar sus programas de asistencia sanitaria y planes de reactivación económica, indispensables para tratar de amortiguar el golpe

En el ámbito político, los líderes africanos están reclamando ayuda internacional para la lucha contra la pandemia. Algunos países están poniendo en marcha estímulos fiscales y moratorias en pagos de impuestos (como Nigeria, Cabo Verde y Egipto), pero los subsidios de emergencia para la población, el fortalecimiento de los sistemas sanitarios y la compra de equipamiento necesitan de recursos financieros adicionales que difícilmente pueden afrontar los países africanos sin asistencia externa.

Es por ello que son indispensables paquetes extraordinarios de ayuda procedentes de países o instituciones internacionales (como la UE o el paquete de rescate que prepara el G20), aparte de las contribuciones extraordinarias al fondo africano creado por la Unión Africana para la lucha contra el covid-19.

En este mismo sentido, recientemente el Gobierno alemán, que ejerce la presidencia rotatoria de la Unión Europea, ha hecho un llamamiento para aunar esfuerzos y de paso impedir que Canarias se convierta en una nueva Lesbos. Que los árboles no nos dejen ver el bosque. Hay que ordenar y regularizar la inmigración africana; un continente donde entre el 60 y 70% de la población total son menores de 30 años; a los europeos no va nuestra propia supervivencia.