abía escrito un artículo de opinión titulado: Una decisión irresponsable sobre Jerusalén, en este mismo diario, el 8 de diciembre de 2017, donde describía el carácter egocéntrico de Donald Trump: “Trump busca algo personal y lo hace por cálculos internos norteamericanos; su interés personal es, para él, el interés de EEUU y América first”. Los últimos acontecimientos del asalto de sus partidarios al Capitolio de EEUU por incitación del mismo presidente de EEUU demuestran además su carácter totalitario antidemocrático y paranoico.

Sabemos que Donald Trump llegó el 20 de enero de 2017 a la presidencia de Estados Unidos y, de manera casi inmediata, inició su asalto a las prácticas democráticas y a los medios de comunicación, mientras menospreciaba sistemáticamente a los aliados, cortejaba a los dictadores -Al Sissi, su dictador preferido-, apoyaba a políticas opresoras de pueblos como el palestino, desgarraba tratados y moldeaba una base política a partir de mentiras, teorías conspirativas, racismo y agravios. Gestionó de manera nefasta la pandemia de la covid-19, prometió restaurar la grandeza de Estados Unidos y, sin embargo, orquestó su peor humillación. El autoproclamado defensor de la ley y el orden ha entusiasmado el 6 de enero a un grupo de partidarios para asaltar el Congreso de EEUU, un asalto responsable de la muerte de cinco personas en el lugar santo de la democracia estadounidense.

Las palabras de los presidentes, dijo el presidente electo Joe Biden, tienen sentido: pueden inspirar, pero también pueden incitar. Sin duda, en los Estados Unidos y en otros lugares se ha subestimado la deriva de Donald Trump, la fuerza de su verbo, el poder de su demagogia y las distancias que tomó con el estado de derecho.

Paul Krugman, un columnista habitual en el New York Times y en El País Negocios, escribió: “Donald Trump, sin embargo, es de hecho un fascista, un autoritario dispuesto a usar la violencia para lograr sus objetivos nacionalistas raciales. También muchos de sus partidarios. Si tuvieras alguna duda al respecto, el ataque del miércoles al Congreso debería haberlos terminado”.

A nivel internacional, Donald Trump actuó irresponsablemente: ha dejado en medio de una pandemia la OMS (el presidente notificó su salida de la OMS, que entraría en vigor un año después, en julio de 2021), lo que supuso una auténtica locura. Anteriormente, Trump, detractor de todas las políticas ambientales, había anunciado en junio de 2017 su salida del Acuerdo de París de 2015 sobre la lucha contra el cambio climático, que había ratificado en abril de 2016 el entonces presidente estadounidense Barack Obama. Afortunadamente, el presidente electo Joe Biden prometió unirse de nuevo, cuanto antes, al acuerdo. El 8 de mayo de 2018, Trump abandonó el acuerdo firmado por varias potencias internacionales con Irán para limitar su programa nuclear.

El 6 de diciembre de 2017, Donald Trump tenía problemas internos que amenazaban su puesto como presidente por la llamada trama rusa mediante un impeachment. Necesitaba un salvavidas y no tuvo mejor idea que recurrir a reconocer Jerusalén como capital de Israel y decidir trasladar allí la embajada norteamericana de Tel Aviv, en un momento de rechazo israelí a un arreglo basado en la legalidad internacional. Se retiró de la UNESCO el 1 de enero de 2018 debido a la entrada de Palestina, y dejó de financiar la UNRWA (la agencia de la ONU de ayuda para los refugiados palestinos) también en 2018. Ha reconocido como legales asentamientos israelíes ilegales en Cisjordania según el derecho internacional. Presentó el 6 de febrero de 2020 el llamado acuerdo del siglo para arreglar el conflicto palestino-israelí, regalando un 30% de Cisjordania a Israel a cambio de un trozo de desierto y un estado no viable, sin continuidad territorial, parecido a un queso suizo; aparte de no incluir Jerusalén-este como capital del futuro estado palestino y eliminar el derecho de los refugiados palestinos al retorno a sus hogares. Todo en contra del derecho internacional y las resoluciones de la ONU. Este acuerdo fue rechazado por los palestinos que consideran a la Administración Trump como un intermediaro injusto no apto para solucionar el problema.

En sus últimos meses de presidencia, Trump, con el fin de tener todo el apoyo posible del lobby proisraelí en EEUU para las elecciones, presionó, haciendo mercancías de intercambios a líderes árabes (de Emiratos Árabes, Bahrein, Sudán y Marruecos) para que normalizaran sus relaciones con Israel sin cumplir con la iniciativa de paz árabe: normalización de las relaciones entre los países árabes e Israel a cambio de la retirada total de los territorios árabes ocupados y el retorno de los refugiados palestinos a sus hogares o una compensación según voluntad (Resolución 194 de las Naciones Unidas).

Estas decisiones han hecho de Trump el peor presidente estadounidense para la causa palestina. Estos hechos pueden haber debilitado el respaldo a los derechos del pueblo palestino; sin embargo, el derecho internacional y las resoluciones de la ONU siguen del lado de la causa del pueblo palestino, quien se beneficia, además, de un apoyo creciente entre las opiniones públicas de la zona y en el resto del mundo, especialmente en Europa, Hispanoamérica y en Estados Unidos.

Elegido hace cuatro años con la promesa de “hacer grande a Estados Unidos de nuevo”, el presidente Donald Trump termina su mandato con vergüenza y como paria a nivel interno e internacional y con pésimo recuerdo para los palestinos.

El autor es cofundador de Paz en Palestina (1991)