Diez mil hectáreas calcinadas, el 1% de la superficie de Navarra, catorce mil campos de fútbol o tres mil millones de paquetes de Ducados siguiendo otros estándares internacionales de medidas. Ese es el terrible bagaje que nos deja el paso del fuego tras la ola de calor, y de ella nos llegan cientos de testimonios e historias que nos ha tocado vivir. La mía, como otras, es una insignificante vivencia más en este mar de relatos sobre la pelea titánica que bomberos, agricultores, guardas forestales, vecinos, diferentes policías, UME, etcétera han batallado contra lo imposible; contra un descomunal incendio alentado por un imparable bochorno en pie de guerra.

Lo primero que vi a primera hora de la tarde del sábado fue un cielo anaranjado –apocalíptico según mi pareja– al que le siguió el correspondiente olor a quemado, los restos de cenizas y el lejano crepitar de un fuego que estaba allí pero que el humo no nos dejaba ver. Legarda estaba al otro lado del monte, pero hasta que no miré en el Google maps no me percaté lo cerca que estaba de Bidaurreta; solo ocho kilómetros en línea recta, Arga mediante. El valle de Etxauri estaba lleno de humo y pronto todos los vecinos del pueblo comenzaron a moverse con tractores y mangueras para prepararse.

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El día después del gran incendio en el Valle de Etxauri Diario de Noticias de Navarra

El cambio de viento a media tarde descubrió la tragedia. Arraiza y Belascoain estaban cercadas por el incendio y una desazón me invadió. Los montes que he visto desde que era crío estaban ardiendo y el fuego estaba arrasando sus crestas que siempre he visto de un verde inigualable.

Vacío, impotencia y perplejidad.

La Guardia Civil se presentó en el pueblo para advertirnos que por precaución teníamos que desalojar porque el fuego no entiende de fronteras ni razones. Viene y arrasa. Punto. Es su naturaleza. Con el aviso oficial toca suspender el cumpleaños de mi hija y marchar con todas sus amigas a otro lugar; para ella un drama, para los que están perdiendo sus cosechas, cerezos y con sus casas en riesgo, una minucia. La intensidad de lo vivido, parecida, si es que pudiera compararse.

Estamos preparados para marcharnos cuando veo a lo lejos que el fuego cruza el Arga e incendia la playa, que es como llamamos en el valle al inmenso mar de cereal que está en su llanura. El trigo y la cebada secas junto con el viento es gasolina pura y pronto todo será pasto de las llamas. Toca irse, con el corazón dividido y devastado por no poder quedarme a ayudar. Tengo que sacar a las niñas, que esperaban tener un gran finde y que ese maldito fuego ha truncado. Lo dicho, su pequeño drama dentro del destrozo general.

Ya en la seguridad de Ororbia paramos para pensar un poco con la incertidumbre de saber qué está ocurriendo con ese nuevo frente que ya se le ve que tiene muy mala leche. Lo que pasó a continuación es una más de esas heroicidades, pero que en casa lo recordaremos siempre. Un agricultor –gracias eternas, Carlos– se tiró al fuego con su monstruosa maquinaria de acero para labrar un cortafuegos que salvara Etxarri y Bidaurreta, creando con su valeroso gesto un futuro al que estaba en el otro lado. En estos momentos tan jodidos es cuando se ve la sangre y el temple de cada uno, la hora en donde se pone el común por encima de uno mismo y lo que labra la identidad de la que estamos tan orgullosos.

Llamo a mi primo por la noche, no me coge, están todos como locos con sus tractores creando cortafuegos y más defensas. Afortunadamente, los vértigos que le aquejan le han dejado en paz esa noche; adrenalina creo que lo llaman. Su pareja me dice que han repartido los turnos de vigilancia. ¿Se puede ir?, pregunto inocente. Policía Foral no deja pasar de Etxauri y ya están organizados. No hace falta. Mil gracias a todos.

Noche dura y el sol de la mañana trae la desoladora visión del campo quemado. Vuelvo al pueblo porque el peligro ha pasado y veo la línea de fuego a escaso kilómetro y pico de casa y me cuentan la hazaña del día anterior. Le pregunto a mi primo sobre el tamaño de la estatua ecuestre para Carlos; de veinticinco por cincuenta me responde. Los pelos como escarpias. No queda agua en el depósito y piden que no se riegue a la espera de que se llene por si hay rebrotes. Valiosa lección aprendida. Preocupa el fuego de Puente que ha llegado a Arguiñariz y el viento lo arrastra hacia nosotros nuevamente, aunque parece que la cosa no es tan grave como la de ayer. A ver si entra el cierzo.

El domingo es tenso, pero no va a mayores. Afortunadamente. Otros no tienen tanta suerte y veo cómo la cosa se pone muy mal en otras partes de Navarra. El cambio en el frente traerá otros testigos del abnegado trabajo de todo aquel que ha venido de allende nuestras lindes para atajar a este demonio. Porque el fuego no entiende de fronteras ni razones. Viene y arrasa. Punto. Es su naturaleza.

Ya llegará la hora de hacer balance. Hasta ese momento mi más profundo agradecimiento, por vuestro coraje, a todos los que os habéis quedado ahí, frente a la ola destructiva, y un sentido abrazo a quienes habéis perdido casas, cosechas y cerezos a los que les habéis dedicado la vida y la hacienda.

Seguro que volvéis más fuertes.

El autor es escritor