Bienvenidos a septiembre. Ya han pasado las vacaciones, las fiestas patronales y ésta es la fecha del inicio, del final, del reencuentro y la despedida. Del cambio y de retomar lo dejado en junio. El mes de la pereza y la ilusión por empezar. Todo y tanto junto, todo y tanto a la vez. Y entre toda esta contradicción, justo en una época del año en la que las emociones se solapan unas con otras por la prisa del tiempo para vivirlas, septiembre es el mes de la prevención del suicidio, o la “pandemia silenciosa”, como últimamente se ha acostumbrado a llamar. En la actualidad, es la principal causa de muerte entre la juventud de 15 a 34 años, después de los tumores. Si nos centramos en los datos, en Navarra hay una media de 50 personas que se suicidan anualmente, siendo mayor el porcentaje en hombres y los rangos de edad de más frecuencia de los 40 a 50 años y mayores de 70. Sin embargo, por cada suicidio consumado, se producen entre 10 y 20 intentos no letales, es decir, que no acaban falleciendo, pero lo han intentado igualmente y acaban teniendo secuelas.

Desgraciadamente, éste sigue siendo un tema tan delicado como tabú. Siempre había pensado que quitarse la vida es algo muy personal. Desde pequeña he solido escuchar que “si alguien quiere hacerlo, no puedes hacer nada, lo va a hacer igualmente”. Como si se tratara de algo que alguien decide emprender, con absoluta libertad, haciendo honor a que cada persona es dueña de su vida. Tú eres dueña de tu vida, tú eres la que estás mal, tú eres la que decides no pedir ayuda y zambullirte en una espiral de tristeza. Eres tú la que decide seguir ahí y no ver la luz, no querer vivir, no soportar el día a día. Decides con tu libre albedrío que la vida no te gusta y como persona única dueña de tu vida, tú decides acabar con ella. Como si nuestro alrededor no tuviese nada que ver, decir o hacer. Ojalá fuera así de fácil y el resto pudiésemos eximirnos de toda responsabilidad. Me preocupa que sigamos echando balones fuera, como si este juego no fuese con nosotras.

Siguiendo con la tónica de la falta de conciencia sobre el tema, las personas cercanas o no tan cercanas, nos acabamos haciendo la clásica pregunta de “¿acaso le pasaba algo?”. Y añadimos: “¡se le veía tan bien!, ¡no se le notaba nada!”. Lo decimos con sorpresa, como si las personas fuésemos por ahí mostrando cómo nos sentimos todos los días y atendiendo cómo las demás personas se muestran, dándole lugar a las emociones y a poder expresarlas. Me pregunto realmente qué es eso que hay que notar, y si verdaderamente estamos mirando para poder notarlo. O por el contrario no queremos mirar, no sabemos mirar o hacia dónde estamos mirando. Me preocupa que no hablemos abiertamente de la depresión, como si pretendiéramos que de esa manera desaparezca.

Otra de las afirmaciones que nos gusta utilizar es la de “creo que no estaba muy bien” o “debía de tener algún problema mental”. Parece que de esta manera se justifica lo ocurrido, porque, claro, no estaba bien. Y cuando una persona no está bien, es normal que no quiera vivir. Por supuesto, es normal que una minoría que no tiene bien su cabeza, acabe sintiéndose tan diferente que no quiera seguir aquí. En una sociedad tremendamente inclusiva como la nuestra, por supuesto. Ya que las demás personas, la mayoría, estamos fenomenal todos los días. Me preocupa que no prioricemos la salud mental y que no exista atención necesaria y que se siga estigmatizando algo tan necesariamente normal.

Además, también se nos ocurre comentar la frase obvia de “¿por qué no pidió ayuda?” o más aún afirmar, “¡tenía que haber pedido ayuda!”. Por supuesto, lo de pedir ayuda es algo que hacemos todas las personas cada día cuando no nos encontramos bien. De hecho, no solemos callarnos los problemas o malestares casi nunca, y cuando los expresamos recibimos por parte de las demás u ofrecemos por la nuestra una magnífica acogida, comprensión y apoyo. La pregunta que te hago es: ¿qué harías tú si alguien te pidiese ayuda? ¿Qué harías si alguien te dijera que se quiere suicidar? O, mejor aún, ¿qué harías si se te pasa por la cabeza desaparecer o quitarte la vida? Silencio. Silencio social. Me preocupa que no seamos capaces de hablar sobre cualquier cosa relacionada directamente con la vida de una persona; y que más relacionado con la vida que la muerte.

Todos vamos a morirnos algún día, aunque no queramos. Pero lo de querer morirse es otro tema. Si has estado ahí, aunque sea por un corto periodo de tiempo, sabes perfectamente de qué te hablo. Hablo de soledad, de angustia, de ansiedad, de desesperanza, de rabia, hablo de vacío. No es no querer vivir, es no querer seguir viviendo así. En un mundo en el que la gente solo nos quiere estando bien y no hay cabida para la tristeza, el dolor y la muerte. Porque eso es realidad y la realidad incomoda. Incomoda tanto que lo que hacemos con todas esas emociones desagradables o negativas es reprimirlas, taparlas, hacer como si no están para poder seguir aquí. Hacer como si no estamos. Porque si nuestro estado, nuestras emociones y nosotras mismas no podemos mostrarnos, dejamos de estar. Lo escondes, te escondes y sigues. Me preocupa esta enorme desconexión social.

Como resultado, nos acabamos aislando, nos acabamos yendo, porque no hay un lugar donde nos podamos quedar como estamos, como somos y nos sentimos en ese momento. Preferimos navegar sin anclaje, sin escucharnos, sin pensarnos, sin sentirnos. Como si pudiésemos hacer desaparecer la realidad más cruda, como si pudiésemos hacernos desaparecer en un día a día de carnaval y caretas. Cómo vamos a hacer una buena prevención del suicidio si ni siquiera sabemos acompañarnos a nosotras mismas en el malestar y vivimos constantemente desconectando. Como para saber hacerlo con quien tenemos al lado, con quien lo necesita. Es difícil mostrarse real en un mundo de mentira donde sólo existes y tienes un sitio si estás bien, si dejas en paz y no molestas al resto con tus problemas que reflejan los del resto que tanto esfuerzo hacen por tapar. En esta misma sociedad donde las personas nos extrañamos de que alguien se quite la vida, cuando nadie sabe estar antes de ello. Porque a veces solo hay que estar y dar un lugar a todo eso, hablar sobre ello, escuchar y validarlo. Estar y ya está, como si fuese tan fácil, debiendo empezar por estar para nosotras mismas cuando no estamos bien. En esa tarea pendiente de aprender a cuidarnos y a cuidar.

Pero no estamos, no tenemos tiempo, a veces ni para nosotras mismas, en la carrera de fondo que es la vida. Y ¿qué pasa si somos diferentes? ¿Acaso tú eres igual que la mayoría? ¿Qué pasa si eres real? La gente no soporta la realidad, no soporta su realidad, simplemente hemos aprendido a evadirnos de ella para seguir adelante. Lo cual no ayuda a podernos mostrar diferentes, a dejarnos ser nosotras mismas, a estar mal si toca estar mal y que eso esté bien. Lo peor de ser diferente y de estar triste es que la gente quiere que te comportes como si no lo fueras, como si no lo estuvieras. Ese es el verdadero suicidio social y, por ende, la responsabilidad social. Porque en esta sociedad por y para todas las personas, debemos de luchar más que nunca para que haya un lugar para todas nosotras, sin excepción. Por eso cada suicidio no es algo personal, es un fracaso social, una sociedad que no escucha y mira hacia otro lado. Tomemos responsabilidad en hacer de éste un espacio más agradable donde habitar, ya que todas nosotras luchamos cada día por y para vivir.

Por todo esto, me gustaría recordarte que si estás pasando por un mal momento, te abrazo fuerte. No pasa nada, está bien sentirse así, no eres la única persona ni tienes por qué sentirte diferente. Pide ayuda, no eres débil por pedirla, sino valiente por mostrarte. Hay mucha valentía en pedir ayuda en un mundo individualista. Pide ayuda a personas que creas que vayan a dar una respuesta desde el cariño o a profesionales preparados (terapeutas, centros hospitalarios, asociaciones,...). También me gustaría recordarnos a las demás que normalicemos hablar sobre la tristeza, que la solución no siempre tiene por qué ser irse de fiesta y que vivamos más humanamente para cuidar mejor. Abstenerse comentarios como “tienes que estar bien” o “siempre estás mal”. Son muchas las señales que damos las personas cuando no estamos bien, pero que quizás, si diéramos lugar a poder sentirnos y mostrarnos, empezando por nosotras mismas, no hiciese falta mandarlas ni buscarlas. Ésta sería la verdadera prevención y el verdadero reto como sociedad.

Teléfonos que pueden ser de interés para ti:

  • Urgencias: 122 (respuesta inmediata y rápida para los intentos de suicidio).
  • Complejo Hospitalario: 848422222 (existe un protocolo y seguimiento especial para intentos de suicidio).
  • Teléfono de la esperanza: 948243040/902500002 (personas voluntarias que escuchan y acompañan).
  • Ayuda a criaturas y adolescentes: 116 111 (línea telefónica de ayuda) y 917262700 (ANAR).
  • Línea de atención a la conducta suicida: 024 (nivel estatal).

La autora es psicóloga