Me gusta el fútbol, como decía aquella canción de Rita Pavone, aunque bien es cierto que no disfruto más que cuando creo que, como decía Eduardo Galiano, el buen fútbol ocurre, ahora ya sin importarme quién me lo ofrece. Un buen amigo diría que sólo lo entiendo si corren más o menos. Aunque sé que en ello no va la virtud de este juego, también sé que la rapidez de pensar y ver las jugadas a tiempo ayuda a disfrutar de la velocidad de los y las más capaces. Y eso es aplicable a todas las facetas humanas.

Al margen de todo esto, el fútbol se ha convertido en un gran negocio. Quizás, uno de los más lucrativos. Sin que esta circunstancia sea nueva –grandes intelectuales y apasionados por este deporte, tal como Pasolini y el citado Galiano, ya lo advertían– en la actualidad su impacto a nivel mundial es brutal. Sobre todo porque supone un gran negocio para legitimar y blanquear la corrupción monetaria y política del sistema que nos domina. Pero, como en todo, existe una parte de aficionados a este deporte que todavía defienden aquella visión poética sobre él, como Pierre Paolo Pasolini –apodado el Stuka por su verticalidad de juego– cuando consideraba el lenguaje del fútbol como un idioma universal que creaba puentes de expresión popular. O como A. Camus, otro gran aficionado que obligadamente por la pobreza de su familia –su abuela, cada noche, medía el desgaste de las suelas de sus zapatos, prohibiéndole disfrutar de su espléndido regate– ocupó la posición de portero en el Rácing Uniertiaire d`Alger, considerando su práctica como escuela de la vida donde no existen clases sociales –si eras bueno, jugabas– y donde se aprendía a respetar y a reconocer que cualquier procedencia social o formación cultural pueden ser cómplices excepcionales para construir una cooperativa deportiva o de cualquier otro ámbito.

Pero esa visión ha cambiado. Hoy, los campeonatos, me da igual qué rango tengan, cada vez son más frecuentes por la gran cantidad de dinero que genera la burbuja futbolística. Los equipos más poderosos económicamente invierten insultantes cantidades de dinero en la construcción de estadios, considerados en muchas ocasiones como las nuevas catedrales de nuestro tiempo, cuyas gradas albergan diferentes rituales urbanos según la latitud en que se encuentren situados, donde las tribus aficionadas, que diría el antropólogo Manel Delgado, ensayan cánticos, saltos y bailes al ritmo de la música más diversa, ocupando gran parte del ocio y de la economía de muchos habitantes del planeta. Siendo ésta la faceta más decorosa del fútbol actual, porque su cara oscura esconde violencia –como lo sucedido hace pocas semanas en un estadio de Java, con decenas de muertos y heridos–, blanqueo de capitales e, incluso, legitimidades políticas, como por ejemplo ocurre en el emirato catarí: una dictadura feudal y deshumanizada, objeto directo de este artículo, a la vez que prototipo de este comportamiento en otros lugares.

Amnistía Internacional, en un informe de mayo de este año, señala las condiciones en las que se ve obligada a trabajar la población migrante en ese país para la construcción de las nuevas catedrales que acogerán el mundial, denunciando la ausencia total de derechos elementales. Miles de trabajadores han perdido la vida, trabajando en jornadas interminables a temperaturas de más de 50º, sin las mínimas condiciones de salubridad e higiénicas, y sin que sea posible a sus familias reclamar ninguna reparación por lo sucedido. Todo ello bajo un sistema de patrocinio conocido como kalafa –que irónicamente en árabe significa garantías–. Aparte de esta gravedad de explotación humana, en este emirato, de la misma manera que en otros lugares, la discriminación de la mujer está amparada por la ley. Al igual que la homosexualidad está prohibida. Las demás condiciones sexuales, por supuesto, ni se recogen. Aconsejando, durante las fechas del mundial, no demostrar actitudes indecorosas ni la bandera arcoíris, con la justificación de que de esta manera se protegerá a los y las afectadas. Por no meterme en las condiciones de contaminación ambiental que se desarrollan en el emirato citado.

Me centro en este acontecimiento deportivo por su inmediata celebración y la repercusión mundial que le otorgan los medios de comunicación de masas que, en su mayoría, defienden la disputa de este campeonato. Y, sobre todo, porque el fútbol es considerado por la masculinidad como el deporte rey. ¿Cómo es posible que no haya una renuncia global desde ese sector masculino que está a favor de la igualdad de los derechos universales para todes, que además les guste el fútbol y el deporte en general? ¿Por qué no solicitamos al gobierno que su selección no acuda a Catar y presione para que la igualdad sea una realidad legislativa a nivel mundial?

He nombrado a Galiano, Pasolini y Camus porque, además de grandes apasionados de este deporte, los tres fueron humanistas comprometidos con los sufrimientos de los más débiles, posicionándose siempre a favor de la igualdad, no sólo con las mujeres, sino con todas las discriminaciones que sufre el ser humano, sea cual sea su condición de género. Por ejemplo, Galiano escribió toda la vida sobre la mujer y los explotados; Camus decía que a través del trato con las mujeres conseguía el nutriente esencial de su vida, esa vitamina ataráxica con la que afrontaba la angustia vital que tan a menudo le poseía; o Pasolini, aquí tenemos que asumir la intención que tuvo siempre para sacar a la luz las contradicciones de su época, que incluso dudó el ejercicio del fútbol para ellas, pero su homosexualidad y su visión de la vida, actualmente, le haría estar de acuerdo con el planteamiento a favor de los derechos de los sectores discriminados por la sociedad.

Además de lo que ocurre en Catar, estos días estamos atentos a los sucesos ocurridos en Irán, donde mujeres y hombres se están jugando literalmente la vida tras el asesinato de la joven kurda Mahsa Amini, en otro régimen donde destaca la ausencia de derechos básicos. Pero no debemos olvidar que la desaparición de mujeres en México es aterradora desde hace décadas; la homofobia es evidente en muchos países que pertenecen a la Comunidad Europea –Hungría y Polonia, por citar dos– o las penalizaciones que sufre el colectivo LGTBI en la Rusia de Putin, o, hasta hace nada, en la Ucrania de Zelenski. Sin olvidarnos, por supuesto, del enfrentamiento y linchamiento que desde las filas de la derecha estatal y local sufren las políticas desarrolladas por el Ministerio de Igualdad, debido, sobre todo, al empuje de las ministras del actual gobierno, o de los gritos guturales de los machitos del Ahuja, futuros empresarios y gobernantes de esta España rancia que tan orgullosas defienden algunas a los que iban dirigidos.

Si el fútbol está destinado sobre todo a los hombres, y éstos verdaderamente quieren la igualdad de la raza sin importar las inclinaciones de cada cual, el primer paso sería renunciar al Mundial de fútbol de Qatar, no solo porque este campeonato se dispute en un lugar ausente de derechos básicos, sino para para protestar contra los abusos de los derechos humanos y del medioambiente a nivel mundial, comprometiéndonos y obligándonos a un camio social que acoja la igualdad universal sea cual sea nuestra condición de género. Recordemos que en otras ocasiones ya se han boicoteado acontecimientos deportivos por intereses políticos y raciales. ¿Por qué no por esto?