Artesiaga es sinónimo de naturaleza, belleza, de hayedos y pastizales, de cimas y collados escasamente hoyados, de regatas que descansaran en el cantábrico o en el mediterráneo, divisoria de aguas. Artesiaga, Erdiz es sinónimo de paz, de silencio nutriente, de inviernos desnudos en blanco que todo lo acalla, de otoños coloridos, de primaveras verdes y veranos pausados en sus sombras. Artesiaga, Erdiz, es de esos pocos lugares que nos quedan, en los que podemos reencontrarnos con lo que fuimos, seres atados a la naturaleza. Esto y mucho más es Artesiaga y Erdiz.

El contacto con la naturaleza y el respeto a esta, ha sido algo que hemos cotizado a raíz de la pandemia que hemos padecido. Y hemos aprendido que su quebrantamiento está directamente relacionado con el cambio climático, y la aparición de nuevas enfermedades que ponen en jaque la propia vida.

El pasado 6 de octubre, el Parlamento de Navarra aprobó con 40 votos favorables (Navarra Suma, PSN-PSOE y Geroa Bai) frente a 10 en contra (EH-Bildu, Podemos-Ahal Dugu e Izquierda-Ezkerra), una moción presentada por el PSN para instar al Gobierno de Navarra a declarar como Inversión de Interés Foral el proyecto de mina de la empresa Magna para extraer magnesita en el paraje de Erdiz en la zona de Artesiaga.

En la Amazonía de Brasil, las empresas mineras y deforestadoras, con Bolsonaro a la cabeza, están esquilmando la naturaleza y en consecuencia el planeta entero con el consabido cambio climático, que ya empezamos a percibir. En la Amazonía las selvas tropicales están ardiendo: cada año se talan y queman grandes extensiones para dejar lugar a los cultivos de soja y la minería.

La Unión Europea quiere garantizar que los productos agrícolas que importa no estén vinculados a la deforestación de los bosques, y aunque es un gran paso de protección del planeta, hay voces que no les parece suficiente y reclaman la protección de todos los ecosistemas y no solamente el de los bosques. La Asociación de Pueblos Indígena de Brasil con la campaña “somos todos los ecosistemas” insta a la Unión Europea, a que mejore esa iniciativa.

Quizás tengan razón esta mayoría parlamentaria, y lo mismo que Bolsonaro en la Amazonía de Brasil, o los proyectos de explotación minera en Alaska, o la destrucción de glaciares en Chile, y merezca la pena hurgar en las entrañas de la tierra y arrebatar, en nombre del progreso y de la riqueza de un territorio, el mineral del que están hechos. Quizás sea más importante el mantenimiento de unos puestos de trabajo en un lugar concreto de la tierra y para un tiempo limitado que preservar la mayor riqueza que tenemos: la naturaleza y su relación con la VIDA.

Una de las características de la industria minera, es que no es sostenible. Cuando se acaba el mineral, se acabo el proyecto. Las palabras “conservación, restauración, mejora …..”, son eso, palabras que se las llevara el viento que peina esas alturas de nuestra bella geografía, pero que quizás calen en corazones bien pensados y confiados. Pero todos sabemos que el rastro que deja una mina, sobre todo si la explotación ha sido a cielo abierto es irreparable durante miles de años, a pesar de lo arbolitos y platas que quieran poner para tapar el destrozo. Un tipo de industria que, mientras dura, los ruidos y trasiegos de camiones y maquinarias hacen de ese espacio un lugar muy alejado de la belleza y tranquilidad que nos ha brindado desde que la vida surgió en la tierra.

Obviamente en nuestra tierra no tenemos Amazonía, pero sí albergamos, zonas de gran valor ecológico. Su respeto es nuestra pequeña contribución, nuestro granito de arena por el bien del planeta, su vida y diversidad. El mejor antídoto ante el cambio climático.

Hace unos pocos años, la misma empresa quiso hacer otra mina al pie del monte Adi, una sentencia judicial tuvo que prohibir dicho proyecto. Ahora la amenaza a la naturaleza viene en forma de otra impresionante mina, que según defienden los impulsores, garantizará puestos de trabajo al menos por 25 años. Quizás sean muchos los que consideren rentable esta apuesta, y no me refiero a los que, sin duda, ganaran cientos de millones de euros, y cuyos rostros desconocemos, sino a trabajadoras y trabajadores que ganan el sustento para sus familias y que de no hacerse quizás tengan que buscar otras formas de vivir.

Dentro de unas semanas, gobernantes mundiales se reunirán para negociar y llegar a nuevos acuerdos internacionales para salvar y proteger la naturaleza, ojala estos aires penetren en las conciencias de nuestro parlamentarios y apuesten por el respeto y cuidado a la naturaleza.

La humanidad necesita ganar la apuesta de su supervivencia por medio del pacifismo y de la DEMOCRACIA, así con mayúsculas, que nos permita afrontar el futuro del planeta y de quienes habitamos en él, con las garantías de dejarlo cada vez más hermoso. Quizás también en nuestro estilo de vida deberíamos plantearnos qué tipo de mina debemos tolerar, como mal menor, y cuales deberíamos renunciar, a sabiendas del coste a corto plazo, que puede tener dicha renuncia.

El autor es psicólogo clínico