Tras la reciente celebración de la Semana de la Arquitectura y algunos actos de participación ciudadana que en ella se han organizado desde el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro (COAVN), he podido comprobar con cierta tristeza que persiste en la percepción que la sociedad tiene de los arquitectos algunos tópicos negativos que resultan dolorosos para nuestro colectivo. Y el más flagrante, por ser radicalmente falso, es el de un profesional caro que aporta más bien poco al proceso funcional y material de la construcción, cuando no lo dificulta directamente desde una posición de cierta altanería intelectual. Y esto llama la atención frente a la imagen de otros profesionales del sector (ingenieros y aparejadores) en los que la ciudadanía percibe de forma más clara su misión y su valor.

Si atendemos a las definiciones, arquitecto es el que “profesa” la “práctica” de la arquitectura, es decir, el arte de proyectar y construir edificios, diseñar la urbanización del medio natural y crear el soporte físico de nuestras ciudades, representando en estas labores nuestros valores sociales, económicos y ambientales como colectivo. Tan noble cometido no siempre es entendido y apreciado por la ciudadanía que, como vemos, tiene una imagen de nosotros algo distinta. Profesar es seguir voluntariamente una religión, una doctrina o una creencia, y creo que, en eso, los arquitectos estamos bien formados y centrados en cuanto a nuestra misión y cometido. Hay que señalar que la formación de un arquitecto es larga y compleja, pues nuestra disciplina comprende a partes iguales la parte técnica y las humanidades, la razón y la emoción. Los arquitectos españoles estamos muy bien considerados en todo el mundo, debido a nuestra completa formación, aunque lo que trasciende a menudo son cuestiones banales relacionadas con el ego artístico o las desviaciones presupuestarias relacionadas interesadamente. Me atrevo a aseverar que la mayoría de nosotros siempre tratamos de dar “liebre por gato” y esto genera cierta desconfianza en el entorno mercantil en que vivimos.

Otra cosa distinta es la práctica de la arquitectura. En el contexto actual supone la adopción de prácticas empresariales para las que no siempre estamos preparados, en un entorno muy competitivo, con reglas a veces confusas o claramente abusivas y que no vemos en otras profesiones. ¿Alguien ha visto un concurso de práctica médica o de abogacía? Me refiero a la licitación pública, en nuestro caso sustentada en concursos con pliegos muchas veces leoninos, en los que se pide un esfuerzo económico, físico e intelectual que solo tendrá resultado para uno, generando pérdidas en todos los demás participantes.

La práctica privada no es mucho mejor y la exigencia en este caso se centra en la enorme responsabilidad civil y penal que las leyes nos atribuyen en el proceso edificatorio. Los promotores y constructores tienen un año de responsabilidad tras la entrega de la obra y se les permite “desaparecer” y “reaparecer” en base a las leyes societarias. Los agentes inmobiliarios cobran comisiones de venta sobre nuestro “producto” con una responsabilidad que es sólo contractual.

Un arquitecto tiene una enorme responsabilidad civil de al menos 10 años sobre el suelo y la edificación que proyecta y construye. La Ley de Ordenación de la Edificación reconoce al arquitecto como un garante del proceso, que lidera y coordina a otros profesionales técnicos que intervienen y que tienen mejor acotadas sus responsabilidades. El arquitecto ofrece generalmente un servicio profesional complejo y completo que casi siempre va más allá de la mera redacción de un proyecto de trámite y que supone una fuerte implicación en tiempo y esfuerzo con el cliente y su inversión.

Los mil arquitectos colegiados en Navarra somos un grupo humano heterogéneo, pero, igual que otros colectivos profesionales, hemos sufrido los embates de la liberalización europea de los mercados y que, junto a las sucesivas crisis económicas, nos han puesto “a los pies de los caballos”. Venimos de una situación anterior en las que se cobraran tarifas fijas en función del coste de la obra, su complejidad y otros factores objetivos, situación ahora inviable en un mercado liberalizado. En este contexto, calidad, rentabilidad y responsabilidad son muy difícilmente compatibles. Es significativo ver cómo estudios de arquitectura de referencia de nuestra comunidad van desapareciendo y los de tamaño medio se atomizan para sobrevivir a duras penas. Nuestro colectivo se precariza y esto tendrá consecuencias en la parte de valor que aportamos.

Los ingresos medios de un arquitecto en Navarra son 28.000 euros brutos anuales. Esta es la realidad de nuestro colectivo y no la que circula en el imaginario. Esta es la situación de un colectivo profesional que, a pesar de todo, profesa un amor incondicional por su disciplina, que es arte y técnica a la vez.

*El autor es vocal de la junta directiva del COAVN (Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro) en Navarra.